Autor: Antxon Olabe
Editorial: Galaxia Gutenberg
Fecha: 2022
Páginas: 296
Lugar: Barcelona

Militancia climática

Antxon Olabe hace un ejercicio de militancia intelectual para reconducir la crisis climática. Para ello, no solo dibuja un diagnóstico sobre el que reina un amplio consenso en la comunidad científica, sino que avanza rumbos que la comunidad internacional tiene que emprender a corto, medio y largo plazo para preservar la supervivencia de la vida humana sobre la Tierra.
Jesús Casquete
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Cualquier libro cuyo título vindique una “necesidad” es que avanza una idea-fuerza. En el caso que nos ocupa, la causa en cuestión apunta a la preservación de las bases naturales de existencia para que la cadena ininterrumpida de civilización humana sobre el planeta Tierra desde hace 11.600  años no toque a su fin. En un ejercicio de honestidad intelectual su autor, Antxon Olabe, economista ambiental, ensayista y asesor sobre clima y energía entre 2018 y 2020 del ministerio para la Transición Ecológica, confiesa que ocuparse del desafío climático ha constituido la “misión” de su vida. Esta declaración y su trayectoria intelectual y profesional despejan las claves principales para acceder a su último trabajo.

Estamos ante un ejercicio de militancia intelectual para reconducir la crisis climática y los retos ambientales, políticos, económicos y sociales a ella asociados (seguridad alimentaria, superpoblación, migraciones climáticas del Sur al Norte, deforestación, pérdida de diversidad biológica, degradación de los océanos, etcétera) efectuado a partir de una dilatada y fundada reflexión sobre las transformaciones medio-ambientales que sufre nuestro planeta, ejercicio complementado con el protagonismo en el diseño de políticas públicas para revertirlas. En esa mirada que conjuga el dominio de las claves teóricas de los debates en torno al cambio climático, la familiaridad con los informes de los institutos de investigación y entidades públicas con diagnósticos y estudios diacrónicos sobre el estado de salud de la Tierra y la experiencia desde puestos de responsabilidad en la sala de máquinas de las instancias encargadas de la toma de decisiones vinculantes en nuestras sociedades radica el valor añadido de la contribución de Olabe.

Atajar la crisis climática y revertir el calentamiento del planeta que ha provocado la actividad humana o, lo que es lo mismo, avanzar hacia un valle de estabilidad que garantice la preservación de la vida humana sobre la Tierra, pasa necesariamente por la coordinación y la colaboración a nivel internacional, un cometido en extremo complejo. Para empezar, no todos los actores implicados acuden al empeño con la misma urgencia. La “geografía de la vulnerabilidad” está presidida por la asimetría, con los países más pobres y vulnerables (los últimos en la cadena de responsabilidad del cambio climático, no lo olvidemos) expuestos en primera fila en su viabilidad existencial al aumento del nivel de los océanos y otros desafíos anexos. Los riesgos climáticos son democráticos y no conocen fronteras; afectarán tanto a Nueva York como a las islas de Micronesia. En cambio, las posibilidades de implementar medidas paliativas están en función de los recursos a disposición de cada país. Además, cálculos cortoplacistas pueden alentar y alientan lo que la sabiduría popular califica como “pan para hoy, hambre para mañana”: incentivar modos de producción perjudiciales para la atmósfera para atender las urgencias inmediatas sin pararse a reparar en criterios de justicia generacional.

La responsabilidad del calentamiento que, en los escenarios más disruptivos y amenazadores, pone en entredicho la viabilidad futura de la existencia humana sobre la Tierra hay que rastrearla sobre todo en un sistema energético que descansa en la combustión de materiales fósiles generadores de gases de efecto invernadero, es decir, de carbón, petróleo y gas. Por poner dicho calentamiento en cifras: a partir de la Revolución Industrial la temperatura media de la atmósfera ha aumentado 1,1 grados. La estrategia para detener y a ser posible revertir el cambio climático, según nos muestra de forma documentada e inapelable Olabe, pasa necesariamente por la retirada masiva y urgente del carbón (posteriormente, y en fases sucesivas, también del petróleo y el gas) del mix energético global y su sustitución por energías renovables, en particular a partir del sol y del viento.

El panorama que dibuja Olabe es preocupante, pero no desalentador. Un hilo esperanzador recorre todo su ensayo. El guion del cambio climático no está escrito, no es un fenómeno linear e irreversible, sino que se escribe día a día desde las decisiones políticas y económicas que involucran a una pluralidad de actores. En la mejor vena ilustrada, su ensayo transmite el mensaje de que otro mundo, también climático, es posible, siempre y cuando los Estados-nación alcancen (y respeten) los acuerdos ya adoptados a nivel internacional en aras de una “política de la Tierra”.

El repaso que efectúa el autor al papel que las principales potencias económicas han desempeñado en las últimas décadas por revertir o, en su caso, por acelerar el cambio climático, arroja un balance con claroscuros. Por un lado, entre 1990 y 2019 China ha triplicado sus emisiones de gases de efecto, hasta alcanzar el último año de la serie un total de 14.000 millones de toneladas de CO2 equivalentes. Desde 2007, en tanto que consumidor de la mitad del carbón anual a nivel mundial, el gigante asiático es el principal emisor global de gases de efecto invernadero. De ahí que la batalla climática del carbón, en particular, y de las emisiones en general, se dirima en ese país.

Estados Unidos, por su parte, ha mostrado una trayectoria climática calificada como “errática”, sometida a los vaivenes de las distintas administraciones que ha regido los destinos del país. De sus gobiernos y de su Congreso es la responsabilidad de los desencuentros que convirtieron a las décadas comprendidas entre 1994 y 2015 en un “tiempo perdido” desde el punto de vista de la política climática internacional. Los republicanos, según el premio Nobel de Economía Paul Krugman, son hoy “el principal partido negacionista del cambio climático en el mundo”. En cambio, el inicio del segundo mandato del demócrata Barack Obama en 2013 puso los cimientos para el regreso de la potencia norteamericana al concierto climático internacional, oficializado con la cumbre del clima de París (2015), el punto de partida para un mundo alejado de las energías fósiles con el horizonte de 2050. Tras el paréntesis de la administración de Donald Trump, refractario a cualquier tipo de coordinación internacional, la impronta de Joe Biden ya se ha dejado sentir: EEUU se ha reincorporado al Acuerdo de París y su sucesor en la Casa Blanca ha reconocido que el cambio climático es “un elemento esencial de la política exterior y la seguridad nacional” de su país.

Un tercer actor relevante en la ecuación del clima es la Unión Europea. Se trata del único actor que ha reducido de forma sostenida desde 1990 hasta 2019 sus emisiones de gases de efecto invernadero, un 25 % desde los 5.700 millones de toneladas del primer año de la serie a 4.300 millones actuales, al tiempo que ha incrementado su PIB en términos reales un 62%. El camino recorrido ha sido largo y proceloso desde que el embrión de la actual UE viera la luz en 1951, precisamente en París, como Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). No deja de ser una ironía de la historia que una entidad política supranacional que surgió con el carbón en su epicentro hoy haga pivotar su estrategia de supervivencia material en la descarbonización. La visión a largo plazo de nuestro continente, por lo demás, no admite vuelta atrás.

La concienciación de su opinión pública, la fortaleza de la sociedad civil y del movimiento ecologista y el “reverdecimiento” progresivo de los partidos políticos desde finales del siglo XX son todos ellos factores que coadyuvan a su responsabilidad hacia los bienes comunes de la humanidad. Por su fortaleza económica, financiera, tecnológica, comercial, y por su condición de referente político, social y cultural, con la irreversibilidad y el firme compromiso de sus políticas medioambientales Europa ofrece un modelo a otros países para reconducir la crisis climática, en primera instancia al resto de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), responsables del 35% de las emisiones globales en 2019 frente al 50% de 1990 y, por qué no, en última instancia también a las economías menos desarrolladas. Olabe apunta a otros actores globales que ya desempeñan un papel en el cambio climático que en el futuro no hará sino crecer, entre los que destaca a India.

Necesidad de una política de la Tierra se publica en un momento histórico en el que la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha agitado el tablero internacional, también en lo que respecta al uso de fuentes fósiles para la generación de energía. La dependencia de países europeos como Alemania o Italia del gas ruso ha producido dos efectos inmediatos que pueden matizar, pero no alterar en lo sustancial, el futuro del panorama climático esbozado en el libro. De forma abrupta e intempestiva una fuente de energía ha dejado de fluir a las empresas y hogares de media Europa. Además de afanarse en la búsqueda de fuentes de suministro alternativas en otros países con el fin de satisfacer la demanda inmediata, la estrategia de los países europeos pasa por intensificar la obtención de energía a partir de fuentes renovables, pero también ha derivado en algunos países en el aplazamiento coyuntural de los planes para prescindir del carbón. Solo el tiempo y el decurso de la guerra dirá cuál es el balance final y si se retarda el objetivo europeo de alcanzar la neutralidad en carbono en 2050.

Provisto de un sólido bagaje analítico, de un prolijo conocimiento de las fuentes y de una experiencia de primera mano en el diseño de políticas climáticas públicas, Olabe aborda la realidad del cambio climático con un ánimo propositivo que no solo dibuja un diagnóstico sobre el que reina un amplio consenso en la comunidad científica, sino que avanza rumbos que la comunidad internacional tiene que emprender a corto, medio y largo plazo para preservar la supervivencia de la vida humana sobre la Tierra.