Las diásporas tienen un papel clave en la recuperación tecnológica y el despegue económico. El derecho a la movilidad demuestra ser eficaz.
La mayoría de estudios han reconocido el papel clave que las migraciones pueden desempeñar en el desarrollo de sus países de origen mediante la potenciación de los intercambios comerciales, las inversiones y las transferencias de fondos, competencias y tecnologías. Por ese motivo, su consolidación se ha vuelto un argumento recurrente en las nuevas estrategias de desarrollo de los organismos internacionales. De hecho, contrariamente a lo que predecían las teorías tradicionales sobre comercio internacional (Mundell, 1957), la liberalización de los intercambios de bienes y servicios no sustituye la movilidad internacional de los factores de producción, trabajo o capital. Esta idea de sustitución entre migraciones y comercio inspiró largo tiempo las políticas de inmigración preconizadas por ciertas organizaciones internacionales y los gobiernos de los miembros de la OCDE: los acuerdos regionales de liberalización comercial debían reducir, con el tiempo, la incitación a emigrar. El refuerzo de la especialización según las ventajas comparativas de las naciones que se abren al intercambio contribuiría a disminuir el estímulo para abandonar la patria. Las políticas llamadas de codesarrollo parten de la misma creencia: más empleos en el Sur igual a menos inmigración hacia el Norte.
No obstante, la mayoría de trabajos empíricos de economistas muestran que el grado de sustitución entre flujo de mercancías y flujo de trabajadores tiene que ser por fuerza modesto. En realidad, la globalización y las migraciones son más complementarias que reemplazables. Hay que alcanzar un estadio de desarrollo relativamente avanzado para pasar de ser país de emigración a país de inmigración (Cogneau y Lambert, 2006). Esta correlación positiva entre el comercio, las inversiones extranjeras directas (IED) y las migraciones internacionales tiene varias fuentes. Para empezar, las experiencias de integración…