La ciencia médica define los miembros fantasmas como partes activas del cuerpo humano, que ahora faltan, pero cuyas terminales nerviosas, durante su experiencia vital, han enviado y recibido mensajes de sensación y movimiento a las terminales del cerebro. A lo largo de su actividad han creado un mapa mental de sensaciones, una biblioteca de recursos, que puede ser acometida en sus parámetros por mensajes análogos, pero que provienen de un sinfín de experiencias ajenas al miembro amputado. Se sienten pero no se ven, no están, se perdieron. Faltan manos, brazos o piernas. Provocan perplejidad, tristeza, autodestrucción o agresividad.
En Nueva York, el 11 de septiembre fue el día de la gran catástrofe. Faltan las Torres Gemelas, faltan habitantes, bomberos, policías, miembros de muchas familias. Miembros del cuerpo urbano. Pero para la memoria colectiva también faltan la maravillosa estación de Pensilvania y otros muchos elementos del patrimonio desaparecidos en la segunda mitad del siglo XX. La autoinmolación del terror vino precedida y será continuada con la autofagocitación de nuestro entorno. Se extraen piezas nuevas del patrimonio mental. Se implantan las prótesis de supuesta racionalidad y progreso.
Desde 1970, la incipiente ciencia urbana trata de entender el entramado de la ciudad como marco vital, escenario de la convivencia y territorio de acción individual y colectiva. Entre otros modelos recurre al símil orgánico. Los ejemplos cibernéticos han servido de herramienta de análisis ante la complejidad de la actividad y del espacio y edificación de la ciudad, para toda una rama del Planeamiento Urbano, el problem solving como ejercicio de planificar y prever el futuro de la urbe ante las perturbaciones del crecimiento, el cambio y la crisis. Nueva York, como paradigma de ciudad mercantil, lleva desde hace al menos 75 años en que se construyó el Empire State, la bomba adherida a su…