POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 22

Mi opción

Eduard Shevardnadze
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Nuestra perestroika fue denominada como “revolución pacífica” y yo mismo utilizaba con gusto esta definición. Sin embargo, cuando ahora en el marco de la “revolución pacífica” han madurado embriones de violencia, me cuidaré de no hacer semejantes definiciones. El filósofo ruso Nikolai Berdyaev presenta la revolución como una crisis provocada por males sociales y estatales que bien hará renacer al país o bien lo matará. Naturalmente, me pronuncio por el renacer y la reorganización de una Unión de Estados, pero solamente sobre la base que, al mismo tiempo, asegure tanto su fortaleza como una auténtica soberanía de los pueblos.

Teniendo una idea bastante clara del papel que juega la Unión Soviética y su importancia para Europa y el resto del mundo, no puedo dejar de pensar que las conmociones, en un país como el nuestro, al alcanzar su punto álgido tendrán resonancias demoledoras en todas partes del mundo, principalmente en Europa, y desestabilizarán la situación en el continente.

Hablamos de la creación de espacios europeos comunes, de los que una parte considerable constituye el común y actual espacio económico, jurídico y político de la Unión Soviética. Su destrucción llevará privaciones y sufrimientos a la vida de millones de personas. Por no hablar de los problemas económicos y ecológicos que pueden aumentar espectacularmente, ni de las inmensas reservas existentes de armas nucleares y químicas aún sin tocar, ni las decenas de Chernobiles potenciales en centrales nucleares desprotegidas del caos. Todo ello podrá llevar a la civilización mundial al borde de la muerte.

Creo que esa misma visión geoestratégica deberían tenerla también los partidarios de la salida de la Unión. Deben evaluar la amenaza para la existencia de los pueblos que surge cuando se rompen bruscamente los lazos existentes. Es necesaria una transición suave de un estado a otro, regulada jurídicamente, tomando…

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