Después de una larga hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y a casi dos décadas de la primera alternancia partidista en la presidencia mexicana que le dio fin, 2018 podría representar la conclusión de un ciclo político que comenzó con el nuevo siglo. Los cambios en la composición política de los poderes del Estado durante los 12 años de gobiernos del Partido de Acción Nacional (PAN, 2000-06 y 2006-12) y el regreso del PRI a la presidencia en el último sexenio (2012-18) son prueba de una dinámica disputa por el poder.
La singularidad del fin de ciclo que ha acompañado a los comicios del 1 de julio supone, además, una prueba de funcionalidad democrática e institucional, al constituir las primeras elecciones concurrentes organizadas por el Instituto Nacional Electoral (INE), creado en 2014. Las elecciones de 2018 han sido las más amplias de la historia, con casi 90 millones de ciudadanos llamados a determinar la renovación de poco más de 18.000 cargos de elección en los tres niveles de gobierno: federal (presidente, senadores y diputados); estatal (gobernadores y diputados) y municipal (presidentes municipales, síndicos y regidores).
Para entender el cambio en el panorama político mexicano, cabe plantear tres preguntas sobre el proceso electoral que acaba de vivir el país: ¿Quiénes eran los candidatos a la presidencia? ¿Cómo se formaron las alianzas electorales y por qué? ¿Qué reflejan de la sociedad mexicana?
Candidatos y coaliciones
Las elecciones presidenciales son un aliciente implícito a la continuidad o cambio de un proyecto político y el ejercicio del poder, binomio personificado por los candidatos contendientes. En el proceso electoral mexicano de 2018, la diferencia ha girado en torno a tres candidatos provenientes de las principales fuerzas políticas del país.
En primer lugar, Ricardo Anaya, candidato de la coalición Por México al Frente, integrada por…