Las reuniones de alto nivel, la escenificación de las cumbres internacionales, con sus declaraciones minuciosamente acordadas y tristemente inocuas, son indicadores superficiales del estado de una relación bilateral, birregional o multilateral. Entre América Latina y Europa, entre los 60 países de la CELAC y la UE, hay un entramado de vínculos económicos, políticos, ideológicos, culturales y sociales difícilmente captados en una fotografía de grupo o en un documento final. La distancia, las diferencias y las discrepancias son tantas como los intereses, las necesidades y los valores. Sea cual sea el ciclo político imperante en cada región, europeos y latinoamericanos saben que están mejor juntos y que la relación necesita peso específico que se traduzca en influencia global, para el todo y para las partes. Desde esta constatación, lo urgente es construir una verdadera agenda de trabajo común en aquello que determinará el futuro inmediato de cada región y de sus países.
Es urgente porque la reordenación del sistema internacional en marcha –con el Indo-Pacífico en una posición central, la competición crecientemente agresiva entre China y Estados Unidos, el desarrollo tecnológico, el deterioro medioambiental y la parálisis del multilateralismo– no es favorable ni para América Latina ni para Europa. Por el contrario, es una reordenación imparable que deja a ambas regiones en una posición periférica.
¿Qué pueden hacer juntos 60 países, 1.000 millones de habitantes, el 21% del PIB mundial y la tercera parte de miembros de la ONU? Para empezar, pueden ayudarse a resolver sus problemas de pobreza, desigualdad, infraestructuras, comercio, inversión, seguridad, materias primas, energía, mano de obra, tecnología o industrialización. Europa es un socio adecuado para lo que los países latinoamericanos necesitan y los Veintisiete han reconocido abiertamente lo que precisan de América Latina. Ahora la Unión Europea debe mostrar que, además de adecuado, es un socio verdadero. No se trata de un enfoque transaccional, sino de mutuo pragmatismo, que reposa en una innegable afinidad de valores y en la proximidad política y social. El peso geopolítico vendrá por añadidura a una agenda pragmática que debe empezar por impulsar el comercio, aumentar la inversión y promover la integración, marcas del ADN europeo. ●