Hace 50 años, nadie habría imaginado el mundo de hoy. Tampoco nadie puede adivinar qué mundo tendremos dentro de 50 años. La historia es siempre transición. Pero la gran novedad de nuestro tiempo es la rapidez con la que se suceden los cambios a escala global. Hace algunos siglos, incluso algunas décadas, era mucho más sencillo encontrar el centro geográfico del que dependían el poder y sus normas. La llamada pax britannica del siglo XIX se aseguraba desde Londres. Después de la Segunda Guerra mundial, uno podía mirar a Washington o a Moscú. La caída del muro de Berlín dio paso a una etapa de unipolaridad, de hegemonía norteamericana. Pero terminó antes de que nos diéramos cuenta. La llegada de la crisis económica en 2008 aceleró la transferencia de poder de Occidente a Oriente.
Hoy, en esta segunda década del siglo XXI, no sabemos bien dónde mirar. Hasta hace pocos años era Washington. Ya no, o por lo menos no solo. Este proceso no es más que el tránsito hacia la multipolaridad, consecuencia, en buena medida, de la globalización, que primero fue económica pero ya es política. La multipolaridad ha derribado el viejo orden construido por las grandes potencias que ganaron la Segunda Guerra mundial. La ausencia de potencia hegemónica difumina las reglas de juego del tablero global.
La ilusión occidental de presenciar una transición armoniosa y ordenada hacia la multipolaridad se desvanece a marchas forzadas. La acción multilateral en un mundo multipolar se hace mucho más difícil. Hoy la multilateralidad ya no se traduce en lograr acuerdos en torno a nuestras propuestas, sino en defender nuestros principios, pero eso sí, respetando los de los demás.
Las instituciones que sustentan el sistema internacional de hoy están construidas sobre los principios de ayer. Su funcionalidad y eficacia están en entredicho, como…