Desde la década de los noventa, Marruecos se ha convertido en una auténtica encrucijada migratoria en África, el lugar en el que se articulan diferentes regímenes de movilidad. Además de los migrantes marroquíes, que, después de haber emigrado sobre todo a Francia, han diversificado en gran medida sus rutas migratorias y ligado así a Marruecos con un número considerable de países, otras poblaciones de migrantes vienen a establecerse y circular por el país. Todos estos desplazamientos transnacionales contribuyen a integrar a Marruecos en la nueva configuración de las formas, los tiempos y los territorios de la migración internacional, convirtiéndose al mismo tiempo en un espacio de partida, circulación, retorno, paso y residencia. Además, esta encrucijada migratoria se ha vuelto mucho más compleja desde la fronterización de la Unión Europea que, tanto en el ámbito comunitario como a través de determinados países miembros, impone una gestión conjunta de los flujos, lo que equivale, en realidad, a controlar su frontera. Esta estrategia, denominada subcontratación de controles migratorios, tuvo un gran impacto en la circulación en África, así como en la sociedad marroquí y su política migratoria.

De hecho, desde que se creó el espacio Schengen, así como la nueva fronterización de Europa, sobre todo con su política de visados, a la que se enfrentan la mayoría de los africanos cuando quieren emigrar a un país miembro, los migrantes han tenido que adaptarse explorando nuevos destinos y reforzando la migración Sur-Sur, además de buscar nuevas puertas de entrada al Norte y aplicar nuevas estrategias de elusión. De este modo, países de emigración, como los del Magreb, se convierten también en países de residencia, temporal o de larga duración. Las categorías de los propios migrantes se confunden, lo que hace que el fenómeno sea más complejo. Por ejemplo, la reunificación familiar se ha convertido…