Los neopatriotas fervientes, que creían vivir en un islote extremadamente protegido, hablaban antes del 20 de febrero de 2011, de excepción marroquí. Los observadores externos, ávidos de estereotipos, evocaban un efecto de contagio del que no se salvaría ningún país árabe. En el idioma de los unos y de los otros, la revolución se parece extrañamente a una enfermedad que puede contagiarnos y frente a la cual es mejor atrincherarse. Al examinar con detalle cómo prepararon la movilización los facebookeros, cómo concibieron los eslóganes y cómo orquestaron pacíficamente y sin muchos encontronazos el paso de lo virtual a lo real, nos damos cuenta de que Marruecos vive gracias al golpe de acelerador que dieron los tunecinos y los egipcios, al viento de cambio en la región, una segunda oportunidad que la mayoría creía aplazada sine die…