En 1949 coinciden en la misma celda, en la Polonia en la que el comunismo ha tomado el poder, tres presos: Jürgen Stroop, alemán, teniente general de las SS, condenado a muerte por un tribunal norteamericano, a la espera de juicio en Polonia por haber dirigido el aniquilamiento del gueto judío de Varsovia en 1943; Gustav Schielke, suboficial de las SS; y Kazimierz Moczarski, periodista polaco, antiguo resistente a la espera de ser juzgado por las autoridades comunistas polacas por su condición de demócrata.
Compartirán la misma pequeña celda durante 255 días. Reducidos a la compañía de ellos mismos, los tres acabarán por hablar, a pesar de sus enormes disparidades. El periodista, llevado de su instinto, actúa como “interrogador” informal del general (también del suboficial), superando la repugnancia que le inspira quien ha ordenado el asesinato de miles de compatriotas suyos, la persona que le habría matado si hubiera caído en sus manos.
Dejemos hablar al periodista: “La conmoción que sufrí en el momento en que me encontré con los dos nazis se transformó pronto en determinación: puesto que ya estoy con unos criminales de guerra, quiero conocerlos, para intentar analizar sus biografías y personalidades (…) Intentar responder a la pregunta: ¿Qué mecanismos históricos, psicológicos, sociológicos hicieron posible que una parte de los alemanes se convirtiera en un grupo criminal, se apoderara de las riendas del Reich y pretendiese imponer su ordnung [orden] en Europa y en el mundo”.
Se da otra excepcional circunstancia: el periodista y resistente polaco había considerado, en 1943, en Varsovia, atentar contra el general, proyecto que había abandonado ante la imposibilidad de llevarlo a cabo. Este intento de atentado saldrá en una de sus conversaciones.
Libro singular. Página de historia. Reflexión sobre Alemania y el nazismo. Retrato psicológico. Tragedia, pero tragedia en curso, pues no…