Aunque la religión sea la base de la rivalidad que enfrenta a ambos países, sería un error subestimar la dimensión puramente política y nacionalista.
La ruptura de las relaciones diplomáticas con Irán, anunciada por Arabia Saudí el pasado 3 de enero, nos hace retroceder 30 años. El 26 de abril de 1988, Riad ya había tomado la iniciativa de una ruptura similar. Ocho meses antes, la embajada de Arabia Saudí en Teherán había sido atacada y un diplomático saudí herido de muerte, tras unos mortíferos enfrentamientos ocurridos el 31 de julio de 1987 en La Meca, entre fuerzas del orden saudíes y peregrinos iraníes. El saldo de dichos enfrentamientos ascendió a 400 muertos y el ayatolá Jomeini declaró: “Ningún agua, ninguna fuente [puede] lavar el crimen del viernes negro de los dirigentes saudíes, en adelante marcados para la eternidad con el sello de la deshonra”. Hubo que esperar hasta 1991 para que los dos países retomaran las relaciones diplomáticas.
Es posible encontrar otras similitudes: en septiembre de 2015, una estampida mortal durante el peregrinaje a La Meca se cobró casi 2.200 vidas (Arabia Saudí nunca ha dado el número exacto de víctimas), entre ellas las de unos 400 iraníes. Acto seguido, Teherán volvió a plantear una antigua reivindicación: que se le retirase a Riad la responsabilidad del Haj [la peregrinación] y se le confiase a un organismo islámico independiente. Era exactamente lo que Irán había pedido en 1987, en vano. Porque Arabia Saudí insiste tanto en legitimar su función de guardiana de los Santos Lugares musulmanes, conquistados en 1924 por Abdelaziz (Ibn Saud) al mismo tiempo que la región de Hiyaz, que en 1986 el rey de Arabia Saudí tomó oficialmente el título de “guardián de los Santos Lugares” (khadim al haramayn).
Los parecidos, sin embargo, terminan…