Luchando hasta el final: la guerra, según Pakistán
El ejército pakistaní (y los servicios de inteligencia, dependientes de este) es la institución más poderosa de Pakistán. Benazir Bhutto lo denominó un Estado dentro del Estado. Christine Fair afirma que mientras que otros países tienen un ejército, el ejército pakistaní tiene un país. En Fighting to the End. The Pakistan Army’s Way of War, la autora construye su marco teórico a partir del concepto de revisionismo de Zionts y de Estados avaros (greedy states) de Glaser. Así, sostiene que Pakistán es un Estado revisionista que intenta equipararse a India además de puramente avaro, dado que persigue políticas revisionistas que aumenten su prestigio, expandan su ideología e incluso propaguen su religión.
Fair, profesora en la Universidad de Georgetown, analiza en 11 capítulos la cultura estratégica del ejército pakistaní, cómo la institución valora y evalúa sus propias acciones, las percepciones del ejército de sí mismo y sus narrativas, a través del análisis de las publicaciones militares más destacadas, incluidas las de los servicios secretos (Inter-Services Intelligence, ISI), libros de memorias de oficiales y décadas de visitas al país, además de conversaciones y entrevistas con militares y miembros del ISI. Desde los albores de la partición hasta la actualidad, la cultura estratégica pakistaní condiciona el modo en que el ejército controla el país, cómo elije sus aliados nacionales e internacionales y cómo (a diferencia de quienes creen en la idea de la disuasión) las armas nucleares no han cambiado su modo de conducirse.
Fair contradice la imagen de eficiencia, incorruptibilidad y laicismo que el ejército pakistaní ha exportado dentro y fuera del país. A pesar de que Pakistán ha provocado y perdido todas las guerras que ha librado contra India (1947-48, 1965, 1971 y 1999), la manipulación de medios y discursos ha contribuido a presentar estas derrotas como triunfos. En este dato radica una de las ideas que subyacen a lo largo del libro. Pakistán no considera sus derrotas ante India como tales, sino que son triunfos, porque su objetivo es retar el statu quo y frenar el auge de India como potencia. Pakistán es consciente de su inferioridad territorial y militar, lo que no le ha frenado a la hora de utilizar lo que Fair llama un “zoo de grupos terroristas” como herramienta de política exterior, tanto con India como con Afganistán, en su búsqueda de profundidad estratégica.
Es necesario reconsiderar la creencia de que la solución del enfrentamiento entre ambos países pasa por resolver el conflicto de Cachemira. La convocatoria de un plebiscito para Cachemira ha sido el argumento que Pakistán ha esgrimido para promover su victimismo. Pero si se lee la resolución 47 de las Naciones Unidas del 21 de abril de 1948, la primera condición necesaria para la convocatoria del plebiscito es que Pakistán “asegure la retirada del Estado de Yammu y Cachemira de los guerrilleros tribales y otros ciudadanos pakistaníes (a los cuales que infiltró para tomar Cachemira por la fuerza, ante la tardanza del Maharaya hindú Hari Singh para unirse a India o Pakistán y la creencia de que optaría por la independencia) no residentes del territorio cachemir que hayan entrado en el territorio con el propósito de luchar”. El segundo punto (que India deje un mínimo de fuerzas de territorio cachemir) no se debía llevar a cabo si no se satisfacía el primero. Es decir, Pakistán es responsable de que no se dieran las condiciones del plebiscito, ya que nunca cumplió su parte.
Otro mito que se desmonta es la creencia en el supuesto carácter laico del ejército. El islam ha sido desde el principio la ideología corporativa del ejército pakistaní. No fue Zia ul-Haq (1977-88) quien introdujo la islamización de los estamentos militares sino el general Ayub Khan en los años cincuenta. El enfrentamiento de Pakistán con India no ha de verse solo en clave de seguridad, sino en el ámbito ideológico. Aceptar India es aceptar una realidad que contradice la “teoría de las dos naciones” (la idea de que hindúes y musulmanes forman dos naciones separadas, para los militares conocida como “ideología de Pakistán”), lo que debilita la razón de ser de Pakistán. Los militares han utilizado la religión como forma de proveer un nexo entre regiones dispares, para justificar las guerras ante la población, sus elevados presupuestos (incluso la escasa inversión en educación o sanidad), y para motivar a sus miembros, en especial, a los soldados rasos. En este sentido, el ejército se ve a sí mismo como defensor de sus fronteras físicas e ideológicas.
Fighting to the End refleja cuán peligrosas son las contradicciones internas de la institución más poderosa de Pakistán. Fair concluye el libro de forma pesimista. Esta cultura estratégica, basada en narrativas distorsionadas de la realidad, hará que Pakistán siga siendo una fuente de inestabilidad en el futuro.
Por Ana Ballesteros, doctora en Estudios Islámicos, experta en Pakistán.