La retirada de EE UU de Irak ha destapado la crudeza de la situación del país. El futuro depende del pulso entre partidarios y opositores al proyecto iraní. Siria es la clave: la caída del régimen de El Assad debilitará Irán y hará que las miradas se dirijan de nuevo hacia Irak.
La retirada estadounidense de Irak ha creado un nuevo escenario en el país rompiendo el statu quo establecido por mutua conveniencia entre Teherán y Washington. Antes de que saliesen oficialmente las últimas tropas estadounidenses de Irak, a finales de diciembre de 2011, ya se había desencadenado abiertamente la batalla por ocupar el vacío que dejaban, en una lucha por el control de Irak entre el proyecto iraní para la antigua Mesopotamia y sus detractores. El tándem irano-estadounidense, que ha mantenido un frágil equilibrio durante nueve años compartiendo el control de Irak, se ha roto al reconocer la administración de Barack Obama la inviabilidad de la permanencia de sus tropas en un territorio cada vez más hostil.
Los argumentos oficiales que intentan dar normalidad a la retirada no son más que la escenificación del fracaso absoluto de una invasión que nunca fue capaz de controlar el país y que ha permitido la infiltración paulatina de elementos iraníes en todos los estamentos del Estado iraquí. Esta incapacidad para gestionar los asuntos iraquíes a favor de Estados Unidos generó una situación insostenible sobre el terreno. Las tropas estadounidenses, cada vez más aisladas en sus bases, tenían que hacer frente al rechazo popular iraquí, a los sempiternos ataques de la resistencia armada, que se han mantenido a pesar del acoso de las fuerzas de seguridad y el asedio internacional, a lo que se sumaron en 2011 las operaciones de milicias financiadas y equipadas por Irán, como Asaib Ahl al Haq o Hezbolá-Irak,…