Durante décadas los países occidentales pensaron que podrían beneficiarse del gran auge de las clases medias de China. Estimaban que podrían mantener activa su producción vendiendo a China todos los productos que comprarían a medida que su población se “aburguesara”. Sus esperanzas no se han cumplido: China ha resultado ser un país de poco consumo de importaciones y, en general, de escasa demanda doméstica. Las clases medias chinas no han resultado ser tan consumistas como las occidentales.

Pero China tiene escasas alternativas al fomento de su demanda interna, y el fomento de sus exportaciones no es suficiente. En la situación en la que se encuentra, de choque con las potencias desarrolladas y con una economía inmersa en una crisis de deuda, necesita generar su propio motor de crecimiento. Con este objetivo Pekín ha puesto en marcha una batería de medidas para tratar de sostener un crecimiento del 5% este año y los siguientes.

La fijación de este nivel de crecimiento constata que las autoridades chinas son incapaces de mantener el ritmo previo a la pandemia. Antes del covid su avance anual superaba holgadamente el 6%, pero esta cifra es casi imposible de recuperar a corto y medio plazo. Y tampoco a largo.

Una de las palancas clave del nuevo plan de Xi Jinping pasa por la inversión en defensa. En concreto, pretende incrementar su gasto militar un 7,2% para consolidarse como la segunda mayor potencia por detrás de EEUU. En total, se gastará cada año unos 231.000 millones de dólares en defensa. El problema de este tipo de inversión es que su impacto sobre el crecimiento económico es limitado. El gasto en mantenimiento de tropas o en fabricación de armamento no genera mejoras de productividad, por lo que su multiplicador es reducido. Solo si se trata de una inversión en…