La influencia directa de los intelectuales en el movimiento de septiembre de 2022 ha sido relativamente débil. Podemos distinguir cinco grandes dimensiones de este movimiento, que están muy estrechamente entrelazadas: la dimensión feminista, la dimensión democrática, la dimensión juvenil, la dimensión étnica y la dimensión laica.
La dimensión feminista de la secularización iraní
La dimensión feminista revela la complejidad de la relación que este movimiento mantiene con las grandes intelectuales feministas que lo precedieron y que, desde la década de 2000, han formulado una nueva visión de la mujer en la relación de género. Estas intelectuales han alterado notablemente la relación con lo religioso. Contrariamente al laicismo francés, que es “antirreligioso” en muchas tendencias, el de las intelectuales iraníes pretende ajustarse, al principio (hasta 2006), a una versión “auténtica” del islam que, a su juicio, estipula la igualdad ante la ley de hombres y mujeres. Después, a partir de la década de 2010, le sucede una versión secularizada que cada vez hace menos referencia al islam y reivindica la igualdad de género en nombre de los derechos humanos. Podemos ver esta evolución, por ejemplo, en Shirin Ebadi, que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2003. En su libro El despertar de Irán (Beedaree Iran), explica sus opiniones político-religiosas sobre el islam, la democracia y la igualdad de género. “Durante los últimos 23 años, desde el día en que fui destituida de mi cargo de juez hasta los años en que luché ante los tribunales revolucionarios de Teherán, he repetido la misma cantinela: una interpretación del islam que esté en armonía con la igualdad y la democracia es una expresión auténtica de fe. No es la religión lo que ata a las mujeres, sino las imposiciones selectivas de quienes quieren que sean enclaustradas. Esta convicción, junto con la de que el cambio en Irán debe venir de manera pacífica y desde dentro, ha sustentado mi trabajo”. (Shirin Ebadi y Azadeh Moaveni, El despertar de Irán. Memoria de revolución y esperanza, Aguilar, 2007). En abril de 2008, declaró ante la agencia de noticias Reuters que en los dos últimos años la situación de los derechos humanos había retrocedido en Irán y aceptó defender a los bahaíes (miembros de un grupo religioso perseguido en Irán) arrestados en mayo de 2008. En agosto de ese año, la agencia de noticias de la República Islámica IRNA publicó un artículo en el que atacaba los vínculos de Ebadi con la fe bahaí y la culpaba de buscar el apoyo de Occidente. También la acusaban por haber defendido a los homosexuales, por haber aparecido sin velo en el extranjero, por cuestionar los castigos islámicos y por “defender a los agentes de la CIA”. En diciembre de 2008, la policía iraní cerró la oficina de un grupo de defensa de derechos humanos que ella dirigía.
Desde la victoria de Hasan Rohaní en las elecciones presidenciales de Irán de 2013, Shirin Ebadi ha expresado reiteradamente su preocupación por las crecientes violaciones de los derechos humanos en su país natal. En 2018, en una entrevista con Bloomberg junto a otros intelectuales iraníes, mostró su convicción de que la República Islámica había llegado a un punto sin retorno y de que ya era imposible reformarla. Hizo un llamamiento a la celebración de un referéndum democrático sobre la República Islámica.
Una mujer sostiene el retrato del rapero Toomaj Salehi acusado de corrupción durante una manifestación contra la represión iraní. Lyon, 8 de enero de 2023. Robert Deyrail/Gamma-Rapho via Getty Images
Las intelectuales iraníes que empezaron a cuestionar la relación de inferioridad entre hombres y mujeres dentro de la ley islámica (la sharia) son numerosas y forman parte de tres generaciones distintas. La primera es la que nació en los años 1940-1950, a la que pertenece Shirin Ebadi, nacida en 1947. Pasó su juventud durante el reinado del sha y comenzó a involucrarse en la acción feminista después de la revolución de 1979. La segunda nació en las décadas de 1960 y 1970 y alcanzó la edad adulta durante el régimen islámico en Irán, como Mansoureh Shojaee (nacida en 1958), Nasrin Sotoudeh (nacida en 1963), Parvin Ardalan (nacida en 1967), Noushin Ahmadi Khorasani (nacida en 1969) y Nargues Mohammadi (nacida en 1972). Finalmente, en la década de 1980-1990, surgió una tercera generación, a la que pertenecen Atena Daemi (nacida en 1988) o Nahid Keshavarz (década de 1980). La mayoría de ellas son de clases medias educadas, y algunas de las clases medias bajas como Atena Daemi o Nasrin Sotudeh.
Por último, podemos mencionar a las niñas y jóvenes que fallecieron en las manifestaciones del Movimiento de septiembre de 2022 y que no tenían un pasado de lucha, dada su corta edad (entre 15 y 20 años en su mayoría). Mahsa Amini tenía 22 años en el momento de su muerte; Nika Shakarami tenía casi 17 años cuando fue asesinada por las fuerzas de seguridad alrededor del 20 de septiembre; Hadis Najafi tenía 20 años cuando le dispararon el 21 de septiembre en Karadje, cerca de Teherán; Mahsa Mogoui tenía 18 años cuando fue asesinada el 24 de septiembre en Isfahan; Yalda Agha Fazli tenía 19 años y después de ser torturada por las fuerzas represivas del régimen, supuestamente se suicidó. Podemos enumerar otros casos de esta naturaleza, que revelan la capacidad de acción de las mujeres jóvenes, movidas por una nueva subjetividad y que denunciaban el velo obligatorio y la inferioridad de la mujer en la ley islámica.
Estas jóvenes activistas no actuaban directamente bajo la égida de las intelectuales feministas iraníes, pero estas últimas les sirvieron de modelo, y su capacidad de acción, a pesar de la represión masiva del Estado iraní contra ellas, creó un ambiente favorable para su rechazo del velo y de la sumisión a un orden patriarcal que aplica medios violentos.
La secularización de los jóvenes frente a la teocracia islámica
Una de las dimensiones fundamentales del movimiento de septiembre de 2022 es la secularización que muestran los jóvenes que expresan una concepción “laica” (en un sentido aún sin precisar) de la vida.
Este movimiento puede describirse como el de “la alegría de vivir” contra un “aguafiestas” dentro de una concepción anticuada de la religión. La República Islámica basa su legitimidad en una concepción “sacrificial” de la existencia cercana al islamismo suní radical que, a su vez, se inspiró en él denunciando el chiísmo como una forma herética del islam. Esta concepción considera que, en la insuperable oposición al enemigo occidental, este es la fuente del mal y el agente de la secularización que pretende destruir el islam desde el interior, inculcándole una cultura terrenal basada en el hedonismo y la negación de Dios. El musulmán debe saber cómo sacrificarse por la causa del islam. Es lo que ocurre en la guerra santa contra este Occidente ateo y cruzado, una de cuyas emanaciones es Israel. Si el musulmán fallece en esta yihad, será mártir (shahid) e irá al cielo. Si vence al enemigo, tendrá los honores de este mundo y del Más Allá. Este es un equivalente de la apuesta pascaliana que hace que tenga asegurada la ganancia en ambos casos. Esta cultura de la muerte sagrada (shahadat) tuvo su apogeo con la Revolución Islámica de 1979 y a lo largo de la guerra iniciada por Irak contra Irán (1980-88). Esta concepción de un islam que emerge de la apatía del período colonial e imperial tuvo su adalid en Ali Shariati, quien presentaba una combinación revolucionaria de islam y lucha de clases como la única concepción auténtica del islam y, en particular, del chiismo, que describía como “chiísmo rojo”. El “rojo” hacía referencia, en una polisemia característica, tanto a la sangre del “Príncipe de los mártires” imam Hossein (el tercer imam chií muerto en su desigual lucha contra el califa omeya Yazid en 680) como al color rojo del comunismo que exaltaba Shariati. Para él, la sociedad sin clases era la imagen de la unicidad divina (towhid), el primer pilar del islam.
Esta visión radical de lo religioso casaba con la del ayatolá Jomeini sobre la teocracia islámica (velayat faqih). Según esta versión, el Estado islámico es sagrado y de origen divino y rebelarse contra sus decretos significa luchar contra Dios y es un acto que puede castigarse con la muerte; es esparcir la depravación sobre la tierra, efsad fil arz. En nombre de esta concepción, los jóvenes manifestantes de septiembre de 2022 fueron condenados a muerte.
Esta visión está a años luz de la de la juventud iraní de hoy, que ha hecho su “revolución cultural” desde principios del siglo XXI, sobre todo, a partir del Movimiento Verde de 2009. En él, la exigencia democrática, la dignidad del ciudadano (karamat, un año y medio antes de que esta noción se convirtiera en un lugar común en las revoluciones árabes de 2010-2011) y una concepción del orden social secularizado y sin referente religioso toma la delantera. En esta concepción, los llamados “nuevos intelectuales religiosos” (no-indichmandane dini) han desempeñado un papel importante desde la década de 1990, entre ellos Abdolkarim Soroush, Mojtahed Shabestari, Mohsen Kadivar, Yousefi Eshkavari y algunos otros de la siguiente generación. Pero ya en 2009 nos encontramos ante una sociedad cuya juventud se distancia de la religión y no se molesta en justificar la democracia partiendo de un islam secularizado y pluralista, como propugnan los nuevos intelectuales. Ahora la mayor preocupación es tomar en consideración una sociedad responsable de sus propios actos y en la que ninguna autoridad puede elevarse por encima de las relaciones sociales para reclamar privilegios en nombre de Dios. Así, la consigna esencial de este movimiento ha sido “¿Dónde está mi voto?” tras la elección fraudulenta de Mahmud Ahmadineyad como presidente de la República, por una juventud que había votado al candidato Mir Hosein Mosavi que se había convertido en portavoz de la ambivalente democratización del régimen islámico.
El movimiento de septiembre de 2022 profundiza esta dimensión del Movimiento Verde al establecer una visión de lo social donde la religión no tiene cabida. Ya en las consignas de 2009 se había silenciado la religión y las cuestiones sociales y culturales laicas habían tomado la delantera. El movimiento de 2022 ignora totalmente la religión y denuncia la teocracia islámica en la persona del Guía Supremo, el ayatolá Ali Jamenei, y el clero chií, cómplices de un poder dictatorial.
Los raperos, nuevos intelectuales del movimiento juvenil
En el movimiento de septiembre de 2022, los iniciadores ya no son los intelectuales en el sentido tradicional del término, sino, debido a un cambio importante en la percepción de los jóvenes, los cantantes de rap. El primero que captó el mensaje de los jóvenes manifestantes y lo expresó en su canción Baraye (Por) fue Shervin Hajipour.
En septiembre de 2022, a raíz de la muerte de Mahsa Amini y durante las manifestaciones en Irán, Hajipour compuso esta canción, basada en los tuits de protesta de los usuarios, que comenzaban con la palabra “por”. El vídeo de esta canción se encontraba solo en su página personal de Instagram. En tres días, obtuvo casi 40 millones de visitas y se hizo viral, convirtiéndose en el símbolo de la protesta de 2022.
El 29 de septiembre, Hajipour fue arrestado. Al cabo de cinco días, fue puesto en libertad bajo fianza, ya que el régimen islámico temía que su encarcelamiento aumentara la indignación nacional y echara más leña al fuego de la protesta.
La canción Por expresa el estado de ánimo de gran parte de la sociedad iraní, especialmente de los jóvenes, para quienes la religión ya no desempeña ningún papel y para quienes las consideraciones de la vida diaria son lo primero:
“Por poder bailar en la calle
Por haber tenido miedo de besar
Por mi hermana, tu hermana, nuestras hermanas
Por la vergüenza de no tener dinero
Por el deseo inaccesible de una vida digna
Por este niño que busca en los cubos de basura (qué comer) y sus sueños
Por esta economía de mando desde arriba
Por este aire contaminado
Por la calle Vali-Asr (una gran avenida de Teherán) y sus árboles marchitos (debido a la contaminación y la falta de agua)…”
Esta canción y las de otros como Hamri Saman, Toomaj Salehi, Hitchkas y Emad Ghavidel tuvieron una gran repercusión en las manifestaciones de los jóvenes. En mi libro Irán: la juventud democrática contra el Estado depredador (Editions Fauves, 2023) pueden encontrar una descripción exhaustiva de esta joven generación de raperos que ha ocupado el lugar de los intelectuales para expresar las aspiraciones de los jóvenes.
Toomaj Salehi, por su parte, denuncia la apatía de una sociedad que se niega a moverse por miedo a poner en peligro el bienestar egoísta e individual de cada uno. En su canción Soorakh Moosh (Ratonera), de 2021, critica a aquellos que, por miedo o interés propio, callan ante la opresión: “Si viste ejercer la crueldad con los oprimidos, y continuaste tu camino (sin reaccionar), […] eres culpable”. Se refiere a las protestas que tuvieron lugar en varias ocasiones desde 2015 hasta 2019 y que fueron reprimidas por el régimen islámico: “Si te ocupas de tus asuntos mientras destrozan la vida de los jóvenes […], eres un traidor”. Para él, no es posible permanecer neutral en la lucha contra la República Islámica (“Que sepas que no hay voto en blanco. No hay posición neutral en esta lucha.”) y el silencio equivale a complicidad.
Emad Ghavidel, otro rapero de la nueva generación, en una canción llamada Mi generación (Naslé mane) canta:
“El destino ha matado mi alegría de vivir, la ha destruido definitivamente, ha molido a golpes mi cuerpo cansado
Hoy echo de menos el ayer
Mañana lloro por hoy
Ya no puedo cantar con sentimientos, soy de la generación quemada, dejen que me revuelva en las cenizas”.
Esta canción de sombría desesperación, escrita dos años antes del movimiento de 2022, resume el estado de ánimo de toda una generación que intenta librarse de la miseria mental y física causada por lo que llama Destino (Zamaneh, o su forma coloquial Zamouneh) y que no es más que esta teocracia islámica aguafiestas que le impide experimentar “la alegría de vivir” una vida digna y sin privaciones.
Conclusión
El “laicismo al estilo iraní” se manifiesta particularmente bien entre las jóvenes y las adolescentes iraníes, en especial en su rechazo del velo obligatorio y su voluntad de vivir su vida, la alegría desnuda de vivir, en el rechazo de toda restricción religiosa, basada únicamente en la dignidad del ciudadano. No se trata de rechazar el velo, prueba de ello es que muchas jóvenes que llevan el pañuelo, incluso el velo tradicional, han seguido a las jóvenes sin velo para denunciar la obligación de llevarlo, así como la desigualdad de género impuesta a la mujer por la República Islámica. En la concepción secularizada de un nuevo Irán, es la dignidad del ciudadano y la ciudadana, su igualdad ante la ley y su voto lo que debe ser decisivo y no la religión en cuyo nombre la teocracia islámica pretende imponer una visión represiva sobre el conjunto de la sociedad./