El próximo presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha anunciado que una de sus primeras medidas será proponer un pacto de Estado para administrar la inmigración con los agentes sociales, comunidades autónomas y ayuntamientos. Es un debate necesario. En efecto, como demuestran las experiencias de Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Alemania, cualquier política que quiera disciplinar algo tan complejo como la inmigración es un reto de enormes dificultades.

El propósito de este número de ECONOMÍA EXTERIOR no es otro que plantear algunos problemas demográficos relacionados con la emigración. ¿Cuántos inmigrantes puede admitir España? José Luis Ugarte formula estas preguntas al tiempo que afirma: “Puede ser más bien la llegada de inmigrantes antes que nuestra política económica, por meritoria que ésta haya sido, lo que nos ha permitido lograr el encomiado déficit cero. Sería muy irresponsable, por otra parte, no ver los desequilibrios y estrangulamientos que puede provocar o está ya provocando la potente corriente migratoria en ciertos ámbitos y eslabones críticos y susceptibles de quiebra”.

Antes de entrar en materia, una breve vuelta atrás para resaltar la influencia de las inmigraciones en los cambios históricos. Demógrafos y antropólogos han reconstruido cómo cazadores y recolectores se expandieron hace 50.000 años y llegaron mucho más lejos que cualquier otra especie zoológica. A medida que un gran número se marchó de las zonas más insalubres de sus orígenes africanos, descendió la mortalidad y se consolidaron asentamientos con núcleos de población más numerosos. Si aquello ocurrió hace 50.000 años, las migraciones a gran escala no se repitieron hasta el 3000-4000 a.C. El desarrollo de la navegación a vela y el pastoreo nómada, junto a la adaptación biológica para digerir la leche de los animales, impulsó una enorme movilidad en el entorno del Mediterráneo. Agricultura estable, ganadería trashumante, metalurgia del bronce, vehículos con…