El peligro, real o percibido, de un Irán con armas nucleares no ha llevado a los países árabes a emprender el camino de la proliferación. De momento, el primer efecto ha sido reforzar los vínculos con potencias extrarregionales.
Desde que en el verano de 2002 se hiciera público que Irán estaba desarrollando actividades en el ámbito nuclear fuera del control del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), se ha especulado mucho acerca de cuáles serían las implicaciones de una República Islámica con armas nucleares para la seguridad regional e internacional.
En los países del golfo Pérsico, que se verían afectados de manera más directa, estas preocupaciones no solo han mostrado la complejidad del mundo islámico –ya que la religión compartida no es homogénea: la mayoría de los árabes son suníes mientras que los iraníes son mayoritariamente chiíes–, sino la existencia de profundas divisiones históricas que alimentan la desconfianza mutua.
Ante esta situación, se argumenta que si Irán obtiene tecnología nuclear se producirá un cambio tan trascendente en el esquema regional de fuerzas que podría desembocar en un proceso de proliferación donde los Estados árabes busquen obtener para sí la misma capacidad de Irán. No obstante, es preciso hacer una aclaración: poseer el know how del enriquecimiento de uranio hasta el nivel fisionable no significa disponer de armamento nuclear, sino contar con una capacidad latente para ello, puesto que lo segundo no puede lograrse sin lo primero. A pesar de esto, casi se ha equiparado la adquisición del conocimiento sobre el ciclo completo del enriquecimiento de uranio con el hecho de contar con una bomba. En cualquier caso, en este momento el mayor peligro del programa nuclear iraní no es la carrera nuclear que podría generar a corto plazo, sino el cambio que supone en el equilibrio de poder de…