El 29 de noviembre de 2012 se produjo un hecho insólito en China. La cúpula del Partido Comunista Chino (PCCh) –Xi Jinping y los otros seis integrantes del Comité Permanente del Politburó nombrados apenas dos semanas antes– acudió en pleno a la inauguración de una exposición en el Museo Nacional. El enorme edificio de estilo soviético ocupa el lateral oriental de la plaza de Tiananmen, justo enfrente del Gran Palacio del Pueblo, donde se había celebrado el XVIII Congreso del PCCh del que había salido la nueva dirección. La exposición llevaba por título El camino hacia el renacimiento y en ella se mostraba en gigantescos cuadros y esculturas el sufrimiento que infligieron las potencias coloniales al pueblo chino desde la Guerra del Opio (1840) hasta la fundación de la República Popular en 1949, y la consiguiente restauración de la grandeza del Imperio del Centro bajo el liderazgo de Mao Zedong.
Fue en este simbólico escenario de loa al PCCh, cuando Xi pronunció las tres sílabas que han hecho correr más tinta desde entonces: Zhongguo meng (El sueño de China). Fueron apenas unas cuantas frases pronunciadas ante las cámaras, pero el eco retumbó más allá de las fronteras del país: “Debemos hacer esfuerzos persistentes, presionar con voluntad indómita, continuar impulsando la gran causa del socialismo con características chinas y luchar para lograr el sueño del gran renacimiento de la nación china”.
La arenga de Xi recordaba al American dream que describió el escritor James Truslow Adams en 1931. Sin embargo, no hay nada más opuesto. Según Adams, el American dream es la aspiración de libertad, éxito y logros del individuo, mientras que en la consigna de Xi no hay individuos, sino una nación. No se celebra el esfuerzo individual sino el colectivo para conseguir la unidad territorial, la estabilidad y el…