El destino es, por definición, imprevisible. Sin embargo, es el destino lo que más nos interesa, y la imagen que de él nos hacemos condiciona nuestro comportamiento actual. Haré una apuesta para los diez próximos años: el choque de culturas. Con esto quiero decir que el mundo, lejos de uniformarse, avanzará fragmentándose, dividiéndose, siguiendo las líneas de las culturas tradicionales. Es cierto, una pequeña élite de viajeros, hombres de negocios, intelectuales y nómadas, vivirá la hora planetaria, entre dos aviones y dos o más idiomas… Pero para la inmensa mayoría de los pueblos, la cultura nacional, los ritos familiares, religiosos o tribales seguirán siendo la norma. Incluso estos ritos se reforzarán con respecto a las incertidumbres de la modernidad, a su difícil integración. Si no puede convertirse en ciudadano del mundo, viajero de primera clase, amante del Rólex, Walkman y cruceros, la familia de base se refugiará en aquello que le es inmediatamente accesible: su fe, sus mitos, su tribu. Este “no” a la vulgarización, mundialización y al desarrollo económico como “fin” de la historia, será el eslogan motivador, y el obstáculo más duro en el camino del crecimiento y de la liberalización. A menos que consigamos realizar la improbable síntesis entre el desarrollo económico y la tradición nacional: objetivo que debemos perseguir desde este momento.
Demos algunos ejemplos concretos de lo que podría ser el choque de culturas. Empecemos por Europa, que todos esperamos ver unificada en poco tiempo. ¿Es esto seguro?
I
A medida que se va unificando la Europa Comunitaria, van apareciendo nuevas divisiones. Se enfrentarán probablemente dos concepciones de Europa, la de los partidarios de una Europa de naciones contra los de una Confederación Europea. Margaret Thatcher fue la primera en reaccionar contra la uniformización dentro de un conjunto socialdemócrata que veía dominado por la…