POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 219

El cabecilla Jimmy “Barbecue” Cherizier (en el centro) y sus pistoleros de la banda G-9 en Puerto Príncipe. Según la ONU, las bandas controlan más de la mitad de la capital de Haití. (Puerto Príncipe, 22 de febrero de 2024). GETTY

Lo que Haití nos interpela

Haití interpela las contradicciones históricas de Europa, Estados Unidos y América Latina que siempre la rechazaron por miedo al contagio de la única revuelta de esclavos exitosa que derivó en la primera independencia del Caribe.
Asier Hernando Malax-Echevarria
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Hay lugares en el planeta con una excesiva concentración de historia, condenados por su pasado y su presente. Por sus tierras han pasado demasiadas colonias, religiones, sangre y tropas. Lo que sucede allí tiene implicaciones más allá de sus fronteras, moviendo resortes sobre los cuales se sostiene un orden internacional y valores que, en muchas ocasiones, los perjudican. Haití es uno de esos lugares, al igual que Ucrania y Palestina; comparten todos ellos contextos de gran complejidad histórica. Estados Unidos considera igualmente importantes las crisis que afrontan estos tres países y hace un llamado para que reciban una atención similar por parte de la comunidad internacional.

El país caribeño tiene una relación traumática con la comunidad internacional, especialmente con Francia y Estados Unidos, pero también con América Latina, que siempre le hizo sentirse ajeno cuando necesitó su apoyo, incluso hasta hoy, cuando es con un país lejano como Kenia con quien ha firmado un acuerdo para que sus policías lideren la misión de seguridad ante la violencia provocada por las bandas. Las lenguas oficiales del país africano son el inglés y el suajili, mientras que las de Haití son el criollo y el francés.

Ha sido un país objeto de expolio durante la colonia y posterior a su independencia; cuando las soluciones propuestas han sido propias, no siempre han sido respetadas o ha pagado un duro precio por ellas. El sectarismo de sus élites políticas, al menos desde el régimen de François Duvalier en 1957, tampoco ayudó a tener interlocutores fiables a quien allí quisiera ayudar. Y cuando las soluciones se las han impuesto, gran parte de las veces, no han funcionado debido a los intereses cruzados.

Haití interpela las contradicciones históricas de Estados Unidos y especialmente de Francia, mostrando el eurocentrismo de la Revolución Francesa que rápidamente descubrió no contemplar los derechos de los esclavos. También interpela a América Latina, ajena en demasiadas ocasiones a lo que allí sucede a pesar de que Haití apoyó sus procesos de independencia.

El colonialismo atragantado define su historia con retóricas de buenas intenciones como la “democratización” o “ayuda humanitaria”, que en ocasiones se llevaron a cabo bien, pero se había decidido mal. La colonia era además un orgullo para Francia y le producía enormes ingresos.

 

Una revolución a Francia

Haití albergaba el 30% de los esclavos cuando se firmó la Declaración de los Derechos del Hombre en 1789. La colonia era un orgullo para Francia y le producía enormes ingresos con la producción del 75% del azúcar a nivel mundial, además de otros productos como el cacao, el café o el algodón.

Esta contradicción provocó la única revuelta de esclavos hasta ahora exitosa y fue el primer país que se independizó de Francia en 1804. Francia no iba a permitir que esto se repitiera en otras colonias, tampoco lo querían el resto de los países europeos, razón por la cual se le impuso un enorme precio por su independencia y por visibilizar las contradicciones de Occidente.

La llamada deuda de la independencia, para que el país fuera reconocido diplomáticamente por parte de Francia y no fuera bloqueado por la flota de buques de guerra que lo rodeaban, lo condenaba a la asfixia económica como escarmiento. Tenía que pagar 150 millones de francos como compensación a las plantaciones y esclavos que Francia había perdido. La cifra equivalía a los ingresos de Haití durante 10 años, para lo cual tuvo que pedir préstamos que le obligaban a destinar gran parte de sus ingresos. Tardó 122 años en pagar la deuda, hasta 1947.

Fue tal el sufrimiento que produjo, que ninguna otra colonia quiso probar fortuna con rebeliones como la de Haití. El segundo país en independizarse de Francia no lo hizo hasta 158 años después, Argelia, en el 1962.

 

Haití, apoyo y rechazo a América Latina

La revolución de Haití estuvo lejos de generar entusiasmo en el resto de América Latina como se podría pensar; fue lo contrario, generó pánico entre las élites criollas, también las revolucionarias, quienes mostraron distancia con Haití y el modelo insurgente que, decían, produciría una “guerra de razas” que consideraban una hecatombe.

Esto cambió a partir de 1812. Dadas las dificultades de la guerra de la independencia, parte de la élite criolla comenzó a tener relaciones diplomáticas con la República al Sur de Haití. Esta situación se acentuó en 1816, cuando la reconquista realista obligó a muchos de los líderes independentistas a huir a Haití. Allí se dio el pacto entre Alexandre Pétion y Simón Bolívar por el cual el presidente de Haití aportó armas, barcos y tropas a cambio de la emancipación de los esclavos americanos, que no estaba en los planes iniciales de los próceres. El pacto fue fundamental para la contraofensiva independentista en Venezuela y Colombia.

Haití continuó apoyando nuevas expediciones hasta 1821 para liberar Panamá o Ríohacha (Colombia). Sin embargo, los criollos continuaban teniendo desconfianza ante una posible rebelión como la de Haití, que tanto temían. Hasta tal punto que el fin de la guerra de independencia aumentó el miedo a una movilización interna y el gobierno de Colombia dejó de tener relaciones con Haití e incluso lo excluyó del Congreso de Panamá. Haití nuevamente fue un paria para sus vecinos a pesar del fundamental apoyo para sus independencias brindado; fue un anti-modelo a imitarse.

El ideal bolivariano de una América Latina unida en torno a los ideales de independencia, libertad y autodeterminación, nunca tuvieron aprecio por la independencia de Haití.

 

Ejemplo para Estados Unidos

Estados Unidos fue otro de los países interpelados en sus contradicciones como consecuencia de lo que acontecía en Haití, y esto explica en parte su actitud en diferentes períodos históricos.

Pasaron 61 años después de la revuelta de esclavos en Haití que llevó a su independencia hasta la ratificación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución que abolió la esclavitud y la servidumbre involuntaria en Estados Unidos. Hasta entonces se trató de aislar diplomática y económicamente a Haití por miedo a que pudiera inspirar revueltas de esclavos. No reconocieron oficialmente a Haití hasta 1862, durante la Guerra Civil que abolió la esclavitud en Estados Unidos. Hasta entonces, Estados Unidos intentó aislar diplomáticamente al país y ahogar su economía.

Las tropas estadounidenses tuvieron presencia irregular en la isla desde principios del siglo XX con la “diplomacia de las cañoneras” y su ocupación desde 1915 hasta 1934 para cobrar deudas de potencias extranjeras. El argumento de la ocupación era la necesidad de estabilizar el país y modernizar la economía, siempre buenas intenciones.

Estar cerca de Cuba durante la Guerra Fría tampoco ayudó a Haití. Estados Unidos apoyó al dictador anticomunista François Duvalier, conocido como “Papa Doc”, durante 14 años, y posteriormente a su hijo Jean-Claude Duvalier, llamado “Baby Doc”, durante otros 15 años. En total, desde 1957 hasta 1986, hubo regímenes despóticos con múltiples abusos a los Derechos Humanos.

 

Injusta liberalización

El gobierno de Bill Clinton a través del Fondo Monetario Internacional obligó a reducir los aranceles de arroz del 35% al 3% para beneficiar a las empresas arroceras de Arkansas. Fue durante el primer gobierno democrático de Haití, en 1994, tras el regreso de Jean Bertrand Aristide, después del golpe de estado que padeció en 1991.

Entre 1990 y 1999, la producción de arroz haitiano cayó a cerca de la mitad. Partiendo prácticamente de la autosuficiencia en 1980, pasó a importar el 80 por ciento de su arroz y el 60 por ciento del resto de alimentos.

Las importaciones de arroz de Estados Unidos a Haití aumentaron en un 150% a través de los subsidios que quebraron a los arroceros haitianos. Producir una tonelada de arroz costaba 415 dólares en Estados Unidos, pero era vendida a Haití o a Honduras por 274 dólares, imposible de competir.

Esta medida sumió a una gran parte de sus arroceros en la pobreza al no poder competir y aumentó el éxodo rural que ya había comenzado durante el gobierno de Duvalier. Previo al terremoto, alrededor de 75.000 personas se veían obligadas a buscar cómo subsistir en Puerto Príncipe, capital de Haití, diseñada para 250.000 residentes que llegó a tener casi 3 millones de personas durante el terremoto.

Bill Clinton, reconoció en 2010 que sus acciones ayudaron a los agricultores de Estados Unidos a expensas de los haitianos: “Puede que haya beneficiado a algunos de mis agricultores de Arkansas, pero no ha funcionado… Fue un error. Tengo que vivir todos los días con las consecuencias de la pérdida de capacidad de producir una cosecha de arroz en Haití para alimentar a aquellas personas, por lo que hice”.

 

La ayuda que no ayuda

El 12 de enero del 2010 Haití sufrió uno de los terremotos más mortíferos de la historia provocando 220.000 fallecidos y 300.000 personas heridas. La respuesta humanitaria por parte de la Comunidad Internacional se estima que superó los 10.000 millones de dólares canalizados a través de aproximadamente dos mil organizaciones no gubernamentales (ONG) y contratistas privados y fue considerada un fracaso por su fragmentación, centralización, poca participación de los haitianos en la toma de decisiones y corrupción.

 

«Haití vuelve a tocar fondo, todos sus indicadores están siempre en lo más bajo de la tabla a nivel internacional»

 

Dos años después del terremoto, según la organización Oxfam, más de 519.000 haitianos todavía vivían en tiendas de campaña y bajo lonas en Puerto Príncipe; la mitad de los escombros seguían sin recogerse; el cólera había matado a miles de personas representando la principal amenaza para la salud pública; la mayor parte de la fuerza laboral estaba desempleada o subempleada y el 45% de la población enfrentaba inseguridad alimentaria.

“Antes de recibir compasión nos gustaría ser oídos” decía Daniel Supplice (Puerto Príncipe, 1951) en el manifiesto Haití firmado por expertos haitianos para que la ONU cambie su estrategia hacia el país posterior al terremoto.

Estos mismos expertos haitianos denunciaron que Naciones Unidas llevaba tiempo aplastando las instituciones haitianas, dejándolas sin personas para poder tomar decisiones acordes a la magnitud del problema y que las ONG ignoran que su atención gratuita ha provocado el cierre de muchos hospitales, que la ayuda destruye mercados locales y que su permanencia masiva en el país dispara los alquileres.

Haití, nuevamente como retrato de una mala ayuda internacional que requería reformarse, acordó en el 2016 en la Cumbre Humanitaria Mundial en Estambul, la necesidad de tratar a las personas afectadas por las crisis como asociados, no como beneficiarios, aprendiendo la lección de Haití. También el garantizar que no solo se informase y se consultase a las personas afectadas, sino que se situasen como un aspecto central de los procesos de toma de decisiones.

Sin embargo, el compromiso de apoyar un mayor liderazgo humanitario local mediante el aumento de su financiamiento directo no se ha logrado todavía. Únicamente 1,2% de la ayuda humanitaria internacional total se proporciona directamente a actores locales y nacionales a pesar de las implicaciones de la fragmentación de la ayuda.

 

Y ahora qué

Haití vuelve a estar actualmente tocando fondo, mires el indicador que mires encuentras el país en lo más bajo de la tabla a nivel internacional. En el puesto 158 del último informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. El Estado, cerca del colapso, no tiene capacidad de la más mínima de sus funciones. No puede garantizar la seguridad a su población, el 80% de su capital, Puerto Príncipe, está controlado por las bandas que han asesinado a más de 2.500 personas en los primeros tres meses del año.

La dimisión del presidente Ariel Henry y el establecimiento del nuevo Consejo Presidencial con el objetivo de convocar elecciones, restablecer la seguridad pública y el Estado de Derecho, pareciera que abre la posibilidad de comenzar a dar pasos en la buena dirección.

Toda salida dependerá nuevamente de la comunidad internacional pero también de la capacidad que tenga para ir progresivamente fortaleciendo las capacidades estatales y generar coaliciones partidistas representativas. La listas de élites políticas y económicas con vínculos con las bandas criminales y sancionadas por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá es tan larga que no llama a excesiva confianza. Abarca expresidentes, ex primeros ministros y empresarios dueños de gran parte del sistema bancario en el país.

Las democracias precarias tienen urgencia y dificultad por hacer reformas políticas. Será un proceso siempre lento, lleno de riesgos con la tentación de tomar atajos que nunca llevan a nada. Necesitan a un Estado y a élites políticas y económicas que son parte del problema y de la solución. Veamos si la excesiva concentración de historia no le vuelve a jugar malas pasadas, y que los terremotos y huracanes le respeten por unos años.