Ya es una frase hecha decir que la unión económica y monetaria (UEM) necesita una unión política para sobrevivir. Esto es un consenso entre muchos analistas de la Unión Europea. Donde no hay acuerdo es en explicar por qué eso es así. En este punto resulta útil volver a las diferentes teorías del origen del dinero. Este ejercicio revela que la teoría ortodoxa surgida con Adam Smith (y todavía dominante en la ciencia económica) tiene muchas lagunas, mientras que la heterodoxa, desarrollada por Joseph Schumpeter y otros, clarifica nuestro entendimiento.
El dinero, como la lengua, es un componente indispensable en la creación de una comunidad política. Es por eso que el euro y la UEM tienen que considerarse desde un punto de vista holístico: dejar su discusión solo a los economistas es un error. Como cualquier otra moneda, el euro es un reflejo de cómo está organizada la comunidad política que lo usa. Además de su función económica, hay que considerar sus implicaciones sociales e institucionales e incluso su impacto en la política exterior de la UE.
Es importante entender que, desde el punto de vista del poder monetario, la creación del euro respondió a las inestabilidades producidas por el desmantelamiento del sistema de Bretton Woods en 1971 y el fin del patrón oro, los tipos de cambio fijos y el control del flujo de capitales. Al pertenecer a economías pequeñas y abiertas, los europeos continentales siempre se han mostrado escépticos con la visión anglosajona de la necesidad de tener tipos de cambio flotantes. Siempre se ha querido evitar movimientos bruscos: por eso se creó la “serpiente en el túnel” (1972) y el sistema monetario europeo (1979), ambos con el marco alemán como ancla monetaria. El hecho de tener una política agraria común, cuyo presupuesto necesita una unidad de cuenta…