Los autores sirios siguen rompiendo el silencio impuesto por el régimen, difundiendo testimonios de sus experiencias de opresión y encarcelamiento político.
Según la mayoría de crónicas de la revolución siria, la revuelta arrancó en marzo de 2011, con un reducido grupo de niños y adolescentes de la ciudad de Deraa inspirados en las manifestaciones de otros puntos del mundo árabe. Movidos por los eslóganes de las revoluciones tunecina y egipcia, pintaron grafiti contra el régimen en las paredes de su escuela. Este pequeño acto de rebelión no tardó en costarles la detención y la tortura a manos de las fuerzas de seguridad del Estado sirio. Ante la imposibilidad de lograr la liberación de los jóvenes, sus padres y familiares, amigos y vecinos empezaron a protestar pacíficamente. Sin embargo, sus demandas se desoyeron, por lo menos al principio. La noticia de lo que les había sucedido a los chicos de Deraa se difundió pronto por otras ciudades, lo que desencadenó más protestas por todo el país. La historia de los menores de Deraa fue, como dijo el poeta Faray Bayraqdar, la chispa que prendió la revolución.
En los relatos, y poemas posteriores, sobre los chicos de Deraa también había ecos de las historias sobre presos políticos sirios que llevaban décadas circulando. La brutal respuesta del Estado ante esa simple expresión de oposición al régimen por parte de los jóvenes no era un incidente nuevo ni aislado. Varias organizaciones de derechos humanos, nacionales e internacionales, llevan décadas documentando la supresión de la oposición política y las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen de Al Assad. En paralelo a estos numerosos informes, el género de la literatura carcelaria (adab al siyn o adab el suyun), como ha demostrado la investigadora Miriam Cooke, ha crecido exponencialmente en el mundo…