This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly
Carmen M. Reinhart y Kenneth Rogoff
New Jersey: Princeton University Press, 2009. 464 págs.
No hay nada nuevo bajo el sol, excepto lo que se olvida. Rose Bertin
En abril de 2007, en el informe World Economic Outlook, que realiza cada seis meses el Fondo Monetario Internacional (FMI), se señalaba que los riesgos para la economía global se habían hecho «extremadamente bajos» y que, por el momento, no había grandes preocupaciones. Pocos meses después, se desataba la mayor crisis financiera que había conocido el mundo desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX.
Cuando el organismo internacional encargado de resguardar la economía mundial declara que los riesgos se han desvanecido, no puede haber una indicación más clara de optimismo y confianza. Pero el FMI no fue el único en dejarse llevar por la complacencia. Pocos meses antes, Alan Greenspan, entonces uno de los más prestigiosos presidentes que había tenido la Reserva Federal (FED), publicó sus memorias (The age of turbulence, 2007), en las que aseguraba que innovaciones financieras como la titulación y empaquetamiento de activos para su comercialización en forma de productos financieros estructurados, como los CDO o los CDS, estaban produciendo «nuevos y mejores modos de dispersar los riesgos», posibilitando que activos tradicionalmente ilíquidos, como la vivienda, se hicieran más líquidos, con sus obvios efectos positivos sobre el consumo y la demanda.
Greenspan sostenía que el déficit fiscal, que había alcanzado el 6,5 por cien del PIB en 2006, y el aumento de la deuda de las familias y de los precios de la vivienda eran en gran medida el reflejo de una tendencia global más amplia que estaba permitiendo hacer más sostenibles déficit por cuenta corriente mayores que en el pasado. Por su parte,…