Libros para entender mayo del 68
Las revueltas de 1968 tuvieron lugar en al menos una decena de países. Aunque se produjeron con distinta intensidad y siempre con especificidades locales, los acontecimientos ocurridos ese año en Francia, Italia, Alemania, España, Checoslovaquia, Polonia, México, Brasil, Estados Unidos y Japón tenían en común dos causas principales. La primera era el rechazo, genérico pero evidente, de una parte importante de la juventud por la realidad política establecida en estos lugares después de la Segunda Guerra Mundial, que iba desde la democracia liberal a la dictadura nacionalista o comunista, pasando por sistemas más ambiguos. En todos esos países se produjeron protestas –en muchas ocasiones lideradas por estudiantes, pero en otras no solo por ellos– contra lo que, a partir de la segunda mitad de los años cuarenta, la generación anterior había pactado, en términos económicos y políticos, para reconstruir un mundo devastado. En 1968, con la relativa salvedad de los países del ámbito soviético, esos pactos habían dado pie a cierta estabilidad política, dentro de los siempre estrechos márgenes de la guerra fría, y a una prosperidad económica palpable, que se había traducido en un enorme crecimiento de la clase media, y con ella de la población estudiantil. Al mismo tiempo que mucha población rural –es el caso de Italia, España y EEUU– se desplazaba a zonas urbanas más ricas, lo que provocó grandes y desordenados crecimientos urbanísticos, se producía un gran despliegue del Estado de bienestar y la cultura pop se generalizaba entre la juventud de manera masiva, en parte gracias a las populares tecnologías del Long Play (LP) y la televisión.
En ese momento, el gran miedo de los universitarios no era la falta de trabajo y no poder seguir perteneciendo a la creciente clase media sino que, como afirmaba Raoul Vaneigem en el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, uno de los libros más influyentes en los acontecimientos del mayo francés, este temor se debía a la percepción de que “la explotación de la fuerza de trabajo está englobada en la explotación de la creatividad cotidiana. Una misma energía, arrancada al trabajador durante sus horas de fábrica o sus horas de ocio, hace girar las turbinas del poder”. O, por decirlo más brevemente también en palabras de Vaneigem: “No queremos un mundo en el que la garantía de no morir de hambre equivalga al riesgo de morir de aburrimiento”. El gran miedo era incorporarse a la maquinaria burocrático-capitalista que había creado la generación de sus padres, y que a los jóvenes les parecía un sucedáneo de la vida verdadera.
El caso del bloque soviético, donde también se organizaron grandes protestas, es claramente distinto: en Checoslovaquia, por ejemplo, el miedo más plausible era que la aparente desestalinización del bloque se limitara a un gesto, la reducción de la represión, que aunque era importante no significaba en absoluto una apertura hacia la libertad de expresión o la democratización. Checoslovaquia se alzó ante ese miedo con una serie de reformas dirigidas por el gobierno de Alexander Dubcek, el secretario del Partido Comunista de Checoslovaquia, pero su intento de crear lo que se llamó un “socialismo de rostro humano”, fue aplastado por las fuerzas militares del Pacto de Varsovia, lo cual confirmó que el miedo era fundado. La invasión de Checoslovaquia, a ojos de muchos estudiantes rebeldes occidentales, ratificó lo defendido previamente: que el capitalismo y el comunismo soviético eran solo dos versiones no tan distintas de un sistema destructor.
La segunda causa de las revueltas del 68 también tenía que ver con el rechazo al legado de la Segunda Guerra Mundial. La guerra de Vietnam, en muchos sentidos, suponía la prolongación de los complejos procesos de descolonización sucedidos en África y Asia en las dos décadas anteriores, pero al mismo tiempo su caso era especial. EEUU entendía que, si se marchaba, Vietnam del Sur –a esas alturas, un Estado títere–, sería inmediatamente controlado por el comunismo que gobernaba la mitad norte del país y se desataría lo que Eisenhower bautizó como la “teoría del dominó”: cuando un país de una región adoptara el comunismo, los países vecinos irían cayendo, como había sucedido en Europa del Este bajo la pujanza soviética. En ese sentido, muchos jóvenes percibían la guerra de Vietnam como una más de las viejas rémoras de 1945 que seguían presentes en sus vidas: un conflicto provocado por la generación anterior pero cuyo precio, sentían, estaban pagando ellos. No existía una coordinación sólida entre quienes entonces protestaban contra la guerra desde distintos países del mundo, pero la afinidad de sus reivindicaciones fue asombrosa, y en cierta manera lo que convirtió los acontecimientos de 1968 en un fenómeno global…
Puede leer la reseña completa aquí, en el último número de Política Exterior, mayo-junio de 2018.