Fragile Empire: How Russia fell in and out of love with Vladimir Putin, de Ben Judah. Londres: Yale University Press, 2013. 400 págs.
Ruling Russia: Authoritarianism from the Revolution to Putin, de William Zimmerman. New Jersey: Princeton University Press, 2014. 344 págs.
Vladimir Putin ha tenido un buen año. Las ansias de protagonismo internacional se pusieron claramente de manifiesto durante los Juegos Olímpicos de Sochi. La vacilación occidental respecto a Siria el verano de 2013 dio a los rusos una importante victoria diplomática. Su respaldo al acuerdo con Irán para que este restrinja el programa nuclear transmitía el mismo mensaje a los políticos partidarios de la línea dura de Washington; Putin aparecía como ganador y este episodio representaba una prueba más de la merma de autoridad de Estados Unidos en Oriente Próximo y más allá. El otoño pasado ayudó a sabotear la propuesta de integración de Ucrania en Europa occidental y en marzo se anexionó la región ucraniana de Crimea, base de la flota nacional rusa.
Rusia no tiene amigos de verdad, a excepción de unos cuantos aliados de conveniencia, que ven ventajas instrumentales en sus vínculos con Moscú. Putin persigue tres objetivos: someter Ucrania y convertirla en un Estado satélite, demostrar que el Kremlin no se verá frenado por las leyes internacionales ni las amenazas de Occidente y hacer realidad la aspiración de alejar a Rusia del camino de la democracia. Las armas nucleares y el petróleo permiten a Putin pavonearse ante el mundo, aun cuando su país sigue sumiéndose en la decadencia económica, la población envejece y las infraestructuras se desmoronan.
Algunos…