Corrupción y política. Los costes de la democracia
Javier Pradera
Madrid: Galaxia Gutenberg
2014, 260 págs.
Desde la rendición de cuentas del Gran Capitán al rey Fernando hasta la operación Punica Granatum, políticos y administradores auditados han repetido que, gracias a sus desvelos, Aragón recibió un reino como regalo o el partido de turno dineros para sus actividades y campañas electorales.
De cualquier forma, los indicios de corrupción han sido silenciados o escondidos. Javier Pradera arranca su muy ilustrativa Corrupción y política, subrayando “la sinonimia entre corrupción política y delito de corrupción”, tan difícil de probar. No hay corrupción hasta que exista un fallo del tribunal competente; un ardid reduccionista utilizado desde el poder que ha garantizado la impunidad.
Levántese el velo de la historia porque el fenómeno de la corrupción tiene un largo recorrido. El duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas, valido de Felipe III, fue el hombre más poderoso de aquel reinado; enriquecido gracias al tráfico de influencias, al nepotismo para colocar a familiares y gente de su confianza en los cargos más importantes del reino. En 1601 convence a la corona para trasladar la capital a Valladolid; cinco años más tarde Madrid recupera la capitalidad. En este trasiego, el duque realizó importantes compraventas inmobiliarias. Cuando cae en desgracia es ordenado cardenal. Impunidad total.
En la segunda mitad del siglo XVIII, reinado de Carlos IV, Manuel Godoy acapara el poder real –además del favor de la esposa del monarca–, acrecienta su patrimonio de tal modo que el pueblo califica al trío, valido-reina-rey, como la “Trinidad en la Tierra” (“Crónica de la corrupción en España”, revista Historia de Iberia Vieja).
El historiador José Deleito y Piñuela, conservador y liberal, salvador de compatriotas en la Valencia republicana y depurado de su cátedra por el gobierno de Franco por…