Una mayor vigilancia a los ciudadanos, el secretismo de los Estados y nuevas figuras delictivas como la incitación al terrorismo o al odio religioso son algunas consecuencias de la lucha contra el terrorismo. ¿Dónde están los límites entre la seguridad y las libertades?
La libertad de expresión ha sido una víctima del terrorismo durante los primeros años del siglo XXI. Los gobiernos represivos han aprovechado la lucha antiterrorista como excusa para ejercer una represión aún mayor; era de esperar. Pero las sociedades progresistas se lo han facilitado, al sucumbir al miedo y promulgar medidas cuya necesidad es cuestionable para controlar y restringir la libre expresión. Hay ciertas tendencias mundiales que eran evidentes antes del 11-S y que se han intensificado, como el aumento de la vigilancia general por parte del Estado, el refuerzo de las medidas de secretismo estatal y la creciente regulación de Internet por parte del Estado. Y han surgido nuevas tendencias, como un reavivado interés en crear y perseguir delitos de incitación tanto al odio religioso como al terrorismo.
Estas tendencias siguen siendo evidentes y, en cierta medida, están empeorando. En especial, la preocupación de Europa por silenciar la apología del terrorismo del islamismo radical se ha visto contrarrestada por las presiones de los Estados musulmanes para que Europa silencie las críticas al islam. Se trata de un pacto asumido por los Estados, en detrimento de la libertad de expresión en todo el mundo. Por una parte, los Estados europeos luchan por encontrar el modo de que sus poblaciones musulmanas sigan siendo moderadas y mejorar la seguridad. Por otra, los gobiernos de Oriente Próximo, azuzados por sus propios detractores religiosos, están deseando perseguir la blasfemia porque esto puede hacerles ganar popularidad en el ámbito nacional e influencia política internacional. En este trueque hay perdedores: los medios de…