Raja Zgheib es una productora cinematográfica libanesa emergente. Aunque se graduó en marketing y finanzas, desde pequeña soñó con contar sus historias a través del cine. Actualmente reside en Beirut y trabaja por todo Oriente Próximo con su productora Monda. afkar/ideas ha tenido la oportunidad de dialogar con ella con ocasión de su participación en la 18ª edición de la Mostra de Cinema Àrab i Mediterrani de Catalunya, donde presentó su último filme documental, Dancing on the Edge of a Volcano (2023), del director Cyril Aris. El documental surge a raíz de la explosión del puerto de Beirut en 2020, que sorprendió al equipo de Monda en su primer día de rodaje de la película Costa Brava, Líbano (2021), de la directora Mounia Akl. Dancing on the Edge of a Volcano es una obra que explora los dilemas morales que se planteó el equipo sobre si seguir rodando en una situación de catástrofe, las peripecias del rodaje, y que surge de la necesidad de mostrar las esperanzas rotas de un país ya azotado por una crisis económica y por la pandemia.
Además de estas obras, Zgheib ha producido el largometraje Perfectos desconocidos en el Líbano (2022) y la miniserie de televisión Undocumented (2017), y se encuentra en medio del rodaje de las películas The Sand Castle y It’s a Sad and Beautiful World.
El cine activista de Zgheib, como el de muchos otros cineastas de Oriente Medio, es un cine de supervivencia. Se erige como una vía de escape para poder sobrellevar una realidad insoportable, que a su vez sirve de medio artístico para canalizar la obligación moral de exhibir las atrocidades de un conflicto imperecedero que nadie más quiere mostrar.
A pesar de todo ello, el sueño que anhelan alcanzar Zgheib y muchos otros cineastas árabes es ver llegar el día en el que puedan contar historias más allá de la guerra, como reflejo de una sociedad que ha dejado atrás el conflicto y se dispone a construir un futuro colectivo próspero y pacífico.
¿Qué preguntas te planteas en tus películas?
Tanto Dancing on the Edge of a Volcano como Costa Brava, Líbano plantean la pregunta de si debemos marcharnos o quedarnos en Líbano. El tema migratorio es trascendental en muchos países desolados por la guerra. Desde el colapso económico en 2019, en Líbano hemos ido encadenando una crisis detrás de otra. La pandemia nos golpeó duramente debido a la crisis económica, y la explosión en el puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020 dejó muchos muertos, heridos y desplazados. Dancing on the Edge of a Volcano, que se empezó a producir justo después de la explosión, describe las secuelas de estas tres crisis consecutivas. Ahora estamos viviendo otra, que es la de la guerra, mucho más violenta y que ha desplazado a muchísimas personas en Líbano.
Desde el punto de vista artístico, ¿qué surgirá de la fase histórica que estamos viviendo actualmente?
De la terrible situación actual nacerá un tipo de arte y de cine que contará los estragos que la población está sufriendo en estos tiempos tan difíciles. Seremos testigos de un auge de artistas emergentes que querrán contar sus historias, que puede que no estén necesariamente relacionadas con la guerra, porque, aunque estemos en modo de supervivencia, queremos poder contar historias de todo tipo. Hay algo muy específico del pueblo libanés: que incluso en los tiempos más dramáticos, siempre usamos el humor. En Dancing on the Edge of a Volcano se puede encontrar mucho humor, incluso humor negro, que usamos como forma de supervivencia, porque, al fin y al cabo, ¿cómo se puede tolerar una realidad tan cruda sin hacer uso del humor?
¿De qué manera la situación de guerra ha influido en la capacidad de los cineastas libaneses de contar historias? ¿Existen ciertos temas que resultan difíciles de tratar en el ambiente político actual?
Uno de los aspectos positivos de Líbano es que todo aquel que tiene algo que decir puede decirlo. Y sí, antes de la guerra de Israel ya temíamos a Hezbolá, porque estaban muy bien armados y habían perpetrado injusticias. Pero en cuanto nos enfrentamos a un enemigo externo, nuestras diferencias desaparecen y nos unimos como libaneses. Como cineastas, esto nos permite construir los relatos de lo que hemos vivido en cuanto a opresión, violencia e invasión, porque estamos siendo invadidos en todos los ámbitos.
Aunque no se tengan los medios necesarios y suficientes para producir cine, todo aquel que quiera expresar su propia voz puede hacerlo. Desde los presupuestos más pequeños hasta los más grandes, siempre habrá personas que se las ingenien para expresar su voz. Porque así es como somos: nacimos, crecimos y nos educan para resistir y para encontrar maneras de sobrevivir en los tiempos más duros.
¿Cómo han afectado las diversas guerras en Líbano a la industria cinematográfica?
En Dancing on the Edge of a Volcano, el director, Cyril Aris, trazó un paralelismo entre la película Whispers, que Maroun Bagdadi dirigió en 1980, en plena guerra civil, y lo que ocurrió en 2020 para demostrar que la historia se repite una vez más. En la película de Bagdadi, Nadia Tuéni, la poeta, caminaba sin rumbo por un Beirut destruido que parece una ciudad fantasma, con los edificios bombardeados que entonces se caían a pedazos. En 2020 presenciamos el mismo panorama de destrucción, y hoy en día lo estamos viendo otra vez. Las guerras han afectado mucho al cine, pero también han creado mucho cine. Por ejemplo, Ziad Doueiri, otro prominente director libanés, contó en West Beirut (1998) el proceso de partición de la ciudad en Beirut Este y Beirut Oeste, y la necesidad de muchas personas de cruzar la frontera durante la guerra civil. Creo que una gran parte del cine libanés surgió precisamente de la guerra civil.
Muchos cineastas expresaron sus diversas formas de resistir a través de historias de cariz social. Por ejemplo, Nadine Labaki en su película Cafarnaúm (2018) relató la pobreza diaria de muchos refugiados que viven en Líbano y puso en evidencia la falta de recursos del gobierno para ayudarlos. Tenemos muchos temas sociales de los que hablar, pero espero que en un futuro podamos hacer películas que exploren todo tipo de historia y género.
Los cineastas libaneses han usado siempre el cine como una forma de activismo. ¿Qué papel consideras que tiene el cine a la hora de abordar temas políticos, especialmente en contextos de guerra?
El cine puede ser muy influyente en el ámbito político porque, a través de un relato entretenido, tiene la capacidad de ofrecer claridad al espectador sobre lo que está pasando. Creo que esa es la esencia del cine, y nuestro objetivo principal. Expreso de Medianoche, que es una película sobre la detención y encarcelamiento de un hombre en Turquía, cambió la política de intercambio de prisioneros entre Turquía y otros Estados. El cine es influyente, especialmente ahora que la ciudadanía internacional sabe que la situación en Oriente Medio es complicada, quiere saber más y pide que el cine le ayude a entender. Este es el rol del cine, en definitiva: arrojar luz sobre la realidad y hacer reflexionar de una forma entretenida y poética.
¿Cuál consideras que es tu papel como cineasta en el contexto político de Líbano?
Pienso que mi papel como cineasta es poner a Líbano sobre el mapa. Contar la historia de Líbano, cómo estamos viviendo esta guerra y lo que realmente está sucediendo. Incluso si fuese a través de una película romántica, seguiría contando la realidad de Líbano. Estamos convencidos de que tenemos una cultura única y queremos darla a conocer. Como cineasta, me gustaría expresar al mundo el orgullo que siento por mi país, y especialmente por su arte, y pienso que lo estamos logrando a través del cine.
Asimismo, creo que los cineastas cargan con una gran responsabilidad sobre sus espaldas. Al contrario de lo que pasa en Líbano, los cineastas occidentales tienen la infraestructura y gozan de la hegemonía en el sector cultural. Sin embargo, siento que la imagen que proyectan sobre nosotros está muy equivocada y estamos mal representados. Por eso, es necesario que nosotros mismo contemos nuestras historias, mostremos cómo somos y denunciemos la opresión que estamos sufriendo. No queremos que nos siga pasando lo que nos está pasando, y que Líbano acabe siendo solo otro país devastado e invadido. Queremos vivir en paz: cuando cesen las bombas y nazca una pequeña oportunidad para prosperar, el pueblo libanés la atrapará.
Aunque seamos un pueblo oprimido, Líbano goza de un entorno muy creativo, tenemos esperanza y creemos en el futuro de nuestro país. No queremos marcharnos, sino quedarnos y hacer arte en él.