La primavera árabe despierta más simpatías en la opinión pública que entre los empresarios. Es un mal presagio. Algunos países del Mediterráneo sur, Túnez, Egipto, Siria o Líbano, entre otros, tendrán problemas en 2011 a consecuencia de la ‘ola democrática’.
Las revoluciones árabes provocan más simpatía en la opinión pública, sobre todo europea, que en los inversores. Pero incluso la opinión pública, por mucho que reconozca el avance de la democracia en esta región, aislada por sus dirigentes durante largo tiempo, siente a veces aversión a pasar una temporada en ella como turista. Al mismo tiempo, los trabajadores inmigrantes que provienen del Sur, y que son un gran fuente de financiación externa para esos países, son mirados con desconfianza por los gobiernos europeos.
Todo ello es un mal augurio para los beneficios previstos por una liberación de las fuerzas vivas económicas, al menos a corto plazo. Túnez, Egipto o Siria, por poner solo tres ejemplos, pagarán caro en 2011 su ola democrática, con un riesgo importante de inestabilidad y decepción de la población. Lógicamente todos ellos esperan que este proceso desemboque a la larga en un crecimiento más sano, justo y duradero.
¿En qué punto se encuentran en realidad? ¿Cuál era la situación de los países del sur y del este del Mediterráneo (países MED)1 a finales de 2010 en lo que se refiere a capacidad de atracción de inversión extranjera, turismo, cooperación industrial y perspectivas para mantener a los jóvenes titulados? ¿Qué impacto han tenido las revoluciones árabes en las decisiones de inversión, las valorizaciones de activos y de deuda y en los recursos externos? ¿Cómo puede posicionarse Europa para acompañar lo mejor posible estos cambios?…