Cual garras nuestras manos se aferran entre sí. /Guardamos silencio mientras marchamos por la “niebla. / ¿Quién sabe, antes de que la niebla se levante, / lo que vendrá si no sobrevivimos?”. Así reza la estrofa de una canción del cantautor germano oriental Stephan Krawczyk, quien, en enero de 1988, fue expulsado a la República Federal de Alemania conjuntamente con la directora de teatro Freya Klier. Pocos días después, Krawczyk debutaba con un concierto en occidente. Y de modo similar a como ya sucediera cuando la función a cargo de su antecesor y colega más conspicuo Wolf Biermann, que durante una gira musical por el Oeste fue privado en 1976 de su ciudadanía por las autoridades de la RDA, el público acudió en masa a la gran sala en Hannover.
No cabe duda de que –pese a haber transcurrido cuarenta y tres años desde el fin de la II Guerra Mundial y de la división de Alemania– sigue habiendo, culturalmente hablando, una sola nación alemana. Una lengua, una cultura y una historia comunes han demostrado hasta aquí ser un lazo de unión. Es más, incluso dos sistemas económicos y sociales absoluta- mente diferentes no han tenido por consecuencia el desarrollo de disparidades en el uso de la lengua alemana. El número de neologismos es mínimo. No hay ningún género de problemas de comunicación lingüística si prescindimos de las locuciones dialectales que, naturalmente, también existen en los Estados (Länder) que componen la RFA. Pero incluso es lícito dar un paso más. Está fuera de duda que el alemán más puro se habla en la RDA, como no sólo lo prueban los éxitos que obtienen con sus libros los autores residentes en aquella o bien los que han trasladado su residencia a la RFA; ello simplemente guarda relación con el hecho de…