Los atentados de París refutan la idea de los lobos solitarios y muestran el modo de organización de las redes yihadistas en varios continentes.
Los atentados que ensangrentaron París los días 7, 8 y 9 de enero de 2015 brindan una sobrecogedora ilustración del modo de organización y de desarrollo, a lo largo de los años y en varios continentes, de las redes yihadistas. Efectivamente, encontramos los estratos de tres generaciones de yihadistas, desde la década de los noventa marcada por la guerra civil argelina, pasando por el yihad antiestadounidense de la década de 2000 y, por último, la expansión actual relacionada con el aumento del poder de Daesh (el acrónimo árabe de la organización del Estado Islámico).
Resulta esencial subrayar que se trata, por tanto, entodos los casos de conflictos importados al territorio francés, desde Argelia, Irak o Siria, y no de la aparición de un “yihad hecho en Francia”. También es de esperar que esta tragedia ponga fin a las divagaciones sobre los “lobos solitarios”: detrás de este tipo de ataques terroristas siempre se esconde una red de apoyo y alguien que imparte órdenes desde Oriente Medio, aunque el principio yihadista de “centralización de la decisión, descentralización de la ejecución” deja un amplio margen de maniobra a los comandos locales.
Olvidamos a menudo que el 11-S podría haber ocurrido en la Nochebuena de 1994 en París, cuando cuatro militantes argelinos del Grupo Islámico Armado (GIA) desviaron un Airbus de Air France al aeropuerto de Argel. Su intención era estrellarlo contra la Torre Eiffel, pero la tripulación adujo como pretexto la falta de carburante para aterrizar en Marignane, cerca de Marsella, donde el Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN) tomó por asalto el avión y eliminó a los cuatro terroristas.
En 1995 se produjeron atentados con…