La invasión rusa de Ucrania, aún de incierto desenlace, es el primer gran conflicto de una nueva era internacional. Hemos entrado en una etapa de grandes rivalidades por la división del mundo en dos bloques enfrentados, el occidental y el chino-ruso. Un choque que coincide con el advenimiento de un mundo multipolar, con la influencia decisiva de los países no alineados.
La característica principal de esta época es que la seguridad nacional, y no la prosperidad compartida, se ha convertido en el asunto prioritario. Los países europeos están mal preparados para actuar en este entorno y tienen mucho que perder con este proceso en marcha que transforma las reglas de la globalización. Siguen siendo altamente dependientes de Estados Unidos en cuestiones de seguridad y defensa, mientras que los gobiernos de Washington fijan su prioridad en Asia. En ocasiones, esperan más de los europeos en el terreno de la defensa, otras veces no cuentan con ellos.
La invasión rusa ha desbordado la incipiente política de seguridad y defensa que la Unión Europea había desarrollado tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en 2009. Ante la actuación de Moscú en un claro desafío de un orden internacional basado en reglas, los avances europeos, con resistencias, falta de capacidades y titubeos, no son suficientes. Por fortuna, la OTAN ha resucitado, se ha fortalecido y se ha ampliado. El presidente Joe Biden ha liderado una coalición internacional para volver a afrontar un conflicto en el viejo continente.
El entorno internacional ha cambiado una vez que un vecino de la Unión Europea –Rusia, la primera potencia nuclear del mundo– se ha revelado como un actor revanchista y agresor, dispuesto a alterar fronteras y expandir su área de influencia territorial. Se ha demostrado que en este caso no ha funcionado la interdependencia económica y…