Nada en la política mundial es inevitable. Los elementos subyacentes del poder nacional, como la demografía, la geografía y los recursos naturales, importan, pero la historia demuestra que no bastan para determinar qué países configurarán el futuro. Lo más importante son las decisiones estratégicas que toman las naciones: cómo se organizan internamente, en qué invierten, con quién deciden alinearse y quién quiere alinearse con ellos, qué guerras libran, cuáles disuaden y cuáles evitan.
Cuando el presidente Joe Biden tomó posesión de su cargo, reconoció que la política exterior de Estados Unidos se encuentra en un punto de inflexión, donde las decisiones que los estadounidenses tomen ahora tendrán un gran impacto en el futuro. Los puntos fuertes que tiene Estados Unidos de base son amplios, tanto en términos absolutos como en relación con otros países. Estados Unidos tiene una población creciente, abundantes recursos y una sociedad abierta que atrae talento e inversión y estimula la innovación y la reinvención. Los estadounidenses deberían ser optimistas sobre el futuro. Pero la política exterior de Estados Unidos se desarrolló en una época que se está convirtiendo rápidamente en un recuerdo, y la cuestión ahora es si el país puede adaptarse al principal reto al que se enfrenta: la competencia en una era de interdependencia.
La era posterior a la Guerra Fría fue un periodo de grandes cambios, pero el hilo conductor a lo largo de la década de 1990 y los años posteriores al 11-S fue la ausencia de una intensa competencia entre grandes potencias. Esto se debió principalmente a la preeminencia militar y económica de Estados Unidos, aunque se interpretó ampliamente como una prueba de que el mundo estaba de acuerdo en la dirección básica del orden internacional. Esa era posterior a la Guerra Fría ha terminado de manera definitiva. La competencia estratégica…