La información que los españoles tienen de los japoneses y viceversa es amplia. Los contactos mutuos han dejado un legado fácilmente identificable que sigue aumentando, desde el flamenco, el bizcocho Kasutera o Don Quijote, hasta el yudo, los manga o las geishas. Si los japoneses conocen a San Francisco Javier o admiran la pasión española, los españoles son conscientes de los logros artísticos de Japón y de la alta tecnología de muchas de sus empresas. En ambos países hay grupos que devoran, literalmente, las aportaciones culturales del otro, porque la popularidad de la enseñanza del flamenco o de la lengua española en Japón es comparable a la que existe en España entre los que practican artes marciales o para el creciente número de consumidores de los cómic japoneses. Unos y otros tienen una imagen fácilmente identificable, un privilegio que poseen pocos países.
Sin embargo, las opiniones de los japoneses sobre los españoles y viceversa no satisfacen a nadie. Es normal que haya aspectos negativos junto a los positivos, pero algunas de estas características son especialmente preocupantes. Por un lado, porque el exotismo, definido por la superficialidad, sigue perviviendo e impregnando las opiniones mutuas. Por otro, porque las imágenes heredadas del pasado no son fáciles de superar y, más que desaparecer y ser creadas, tienen vida propia, son ambivalentes, se refuerzan y se debilitan.
Los primeros contactos crearon opiniones favorables y desfavorables. Estas últimas pasaron a predominar después de unos años. Ambos países tenían un desarrollo comparable y su estructura feudal era semejante, lo que permitió que se comprendieran de forma más profunda e incluso una adaptación relativamente rápida. Los castellanos, vascos y demás súbditos de la Corona, no sólo se dieron cuenta pronto del gran desarrollo cultural de Japón, sino que pronto hicieron las primeras campañas de imagen al enviar…