Los resultados de, las elecciones norteamericanas son conocidos: el presidente Bush ha sido elegido por 426 votos electorales que representan 47,2 millones de ciudadanos (el 54 por ciento de los que han acudido a las urnas), logrando la supremacía en cuarenta Estados. Los demócratas han conseguido sólo 112 votos electorales (el 46 por ciento de los votantes). De los 33 puestos a cubrir en el Senado, los demócratas han ganado dos, que han perdido los republicanos; lo que continúa dando a aquéllos la mayoría en la Cámara Alta (56 contra 44). En la Cámara Baja, los demócratas han ganado también por 264 contra 171. Una vez más, un presidente americano, según el particular sistema electoral del país, es elegido por una desahogada mayoría, pero se ve obligado a gobernar enfrentado a un Congreso hostil.
La campaña electoral ha sido seguida con el mismo interés que se produce en el mundo cada cuatro años. Como, siempre, la política internacional se paraliza en buena parte y las grandes decisiones pendientes se subordinan a los resultados que se obtengan en los comicios de aquel país. Situación extraordinaria, si se la compara con lo que ocurre con las elecciones de otras naciones, y que es consecuencia del enorme poderío americano. Contradice este hecho la habitual retórica denigratoria de los partidarios del antiamericanismo gratuito, empeñados en afirmar, bien la caída en picado de la influencia de los Estados Unidos en el mundo, bien la posibilidad ilusoria de vivir de espaldas a todo contacto con aquel país.
Un hecho de esa naturaleza, capaz de causar tal impacto en la política internacional, merece un análisis profundo que trate de examinar las causas de los resultados y las perspectivas para el futuro más próximo.
Se ha dicho que la campaña ha sido extraordinariamente gris. En vez de calificarla…