Desde la independencia en 1991, Ucrania vive entre avances y retrocesos democráticos. Una parte del país mira a Rusia y otra a una UE pendiente de lo que voten los ucranianos el 28 de octubre.
Ucrania se encuentra, una vez más, llena de interrogantes internos y externos. Si en 1991 las tres repúblicas eslavas entonces soviéticas, Rusia, Ucrania y Bielorrrusia, pusieron la puntilla a la descomposición de la Unión Soviética en el llamado Tratado de Belovesh el 8 de diciembre de ese año, el panorama democrático de las tres ha evolucionado de modo negativo.
Pero hay algo que diferencia a Ucrania de los Estados nacidos tras la desintegración de la URSS (salvo los bálticos). En Rusia, tras la efímera primavera de la libertad vivida durante una parte de los mandatos de Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin, la regresión democrática protagonizada por Vladimir Putin desde 2000 ha sido evidente. En el caso de Bielorrusia, Alexander Lukashenko gobierna, casi desde un primer momento, con un estilo genuinamente soviético en un país definido como “la última dictadura europea”. Ucrania es peculiar, pues es el único país exsoviético donde se ha producido no uno sino dos relevos presidenciales a través del cauce electoral.
Al margen de las repúblicas bálticas, de Georgia y ahora Moldavia, que vuelan por sí mismas, en la mayoría de los Estados surgidos tras la caída del bloque soviético el inmovilismo político ha sido la norma desde 1991…