POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 5

Fuerzas de seguridad armadas, enmascaradas como atletas, toman posiciones en la Villa Olímpica durante los Juegos Olímpicos de Múnich el 5 de septiembre de 1972. GETTY

Las democracias en la lucha contra el terrorismo

El terrorismo supone una amenaza porque intenta sacar provecho de la apertura que se está produciendo el mundo. Hacer frente al terrorismo es una necesidad. Los gobiernos democráticos han dedicado muchas horas de trabajo a la búsqueda de una solución de este problema.
William R. Farrell
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La apertura y libertad características de las sociedades democráticas permiten que la participación de los ciudadanos sea importante a la hora de decidir cómo van a ser gobernados. Los medios de comunicación (televisión, radio y Prensa) garantizan el intercambio de información dentro de una sociedad y aumentan la capacidad de un pueblo para emitir opiniones válidas. En las democracias industriales, los avances tecnológicos han llevado a que la gente dé por hechas las maravillas posibles gracias a las grandes redes eléctricas, de transporte e informáticas. Pero la apertura y la complejidad tecnológica también implican una vulnerabilidad que podría hacer peligrar seriamente los fundamentos sobre los que se basan las sociedades democráticas. El terrorismo supone una amenaza porque intenta sacar provecho de esta apertura. Para conseguir sus objetivos, los terroristas intentan manipular la libertad y localizar blancos a su alcance. Bien se trate de una superpotencia como Estados Unidos, amenazada principalmente desde el exterior, o de una nación como España, cuya amenaza proviene fundamentalmente del interior, los peligros que supone el terrorismo son reales y despiertan gran preocupación.

El terrorismo tiene un alto poder hipnotizador. La mera mención de este término evoca imágenes de pistoleros enmascarados, explosiones de bombas, secuestros de aviones y Embajadas en ruinas. A lo largo de los años setenta y ochenta, se perpetraron miles de actos terroristas en todo el mundo. La gente estaba pendiente de la televisión y la radio en espera de noticias procedentes de la , el aeropuerto Lod de Tel Aviv, las Embajadas de Bogotá, Teherán y Beirut, y los aeropuertos de Roma y Viena.

Hacer frente al terrorismo es una necesidad. Los Gobiernos han dedicado muchas horas de trabajo a la búsqueda de una solución para este terrible problema. Pero como el término terrorismo se ha utilizado de forma tan general, existe una gran preocupación de que los políticos hayan perdido de vista su verdadero significado. Es probable que los Gobiernos quieran ser muy específicos a la hora de desarrollar planes para responder a una amenaza, y por consiguiente necesitan una definición lo más precisa posible del término terrorismo. Una definición demasiado precisa podría terminar limitando a los políticos y reduciendo su flexibilidad en situaciones que cambian constantemente.

Además, para responder al terrorismo es necesario que los ciudadanos, el Gobierno, o ambos, vean una amenaza lo suficientemente seria como para requerir algún tipo de acción. A pesar del drama reflejado por los medios de comunicación, debe demostrarse esta necesidad. Los ciudadanos norteamericanos que viven en Estados Unidos no sienten directamente el peligro, ya que los objetivos del terrorismo antiamericano suelen ser norteamericanos que viven en otros países. Cuando el terrorismo se produce dentro de las fronteras de un país, como es el caso de España, Italia y Perú, la presión para que se tomen acciones es significativa. Esto exige que, además de definir el problema, exista una consiguiente motivación para que el Gobierno actúe.

El dilema último es quizás el más difícil. Una vez que se ha identificado la amenaza y que se ha decidido que es necesaria una intervención, surgen las siguientes cuestiones: ¿Qué debe hacer exactamente un Gobierno democrático? ¿Qué medidas hay que tomar? ¿Hay que atacar a los que cometieron la acción o a los que se encuentran detrás de ella? ¿En qué consiste la responsabilidad de estos últimos? ¿Es lo mismo financiar y adiestrar que planear y dirigir? Desde el punto de vista interno, ¿hasta qué punto se deben anular o modificar los derechos y libertades de los ciudadanos en nombre de la seguridad? ¿Qué poderes se deben otorgar a la Policía o el Ejército para combatir una amenaza real? Si el terrorismo es una forma de guerra, ¿juegan algún papel las autoridades regionales y locales?

Una vez planteados estos puntos, intentaremos proporcionar información adicional para ayudar a las democracias a enfrentarse al dilema que supone definir el terrorismo, juzgar la naturaleza de la amenaza y sopesar los diferentes aspectos de una respuesta creíble.

 

Cuando se habla de terrorismo

Cuando hablamos de terrorismo no siempre tenemos claro a qué nos refe- rimos. El hombre de la calle tiene una noción de lo que significa, y al igual que sucede con la pornografía, se reconoce cuando se ve. Se trata de un fenómeno mucho más fácil de describir que de definir. En cierto sentido, sería más útil limitarnos a eso en vez de intentar calificarlo mediante una construcción gramatical arbitraria que satisfaga a los sociólogos, psicólogos, abogados, etcétera. Se ha llegado a esta conclusión tras una justificación y esfuerzo considerables.

El terrorismo puede tener múltiples objetivos. Las acciones terroristas individuales, en primer lugar, pueden buscar concesiones específicas, como el pago de un rescate o la liberación de prisioneros. En segundo lugar, el terrorismo puede tener por objeto conseguir publicidad. Un tercer objetivo podría ser provocar un desorden generalizado que desmoralice a la sociedad y rompa el orden social. Otro objetivo podría ser la provocación deliberada de la represión, con la esperanza de que el Gobierno se autodestruya. También podría utilizarse para garantizar la obediencia y la cooperación. En último lugar, el terrorismo tiene a menudo por objeto el castigo. Es normal que los terroristas afirmen que la víctima de su ataque es de algún modo culpable.

Brian Jenkins, de la RAND Corporation de Estados Unidos, destacado experto en terrorismo, ilustró muy claramente este último punto aduciendo como ejemplo la matanza del aeropuerto de Lod en 1972. En aquella ocasión, miembros del Ejército Rojo japonés, actuando en nombre de una facción palestina radical, intentaron asesinar al mayor número posible de israelíes. Jenkins defiende que el terrorismo conlleva una mayor carga de culpa y castigo que otras formas de guerra o de política y una concepción más limitada de lo que son víctimas inocentes. Cuando los japoneses entraron en el aeropuerto, sacaron sus armas y dispararon contra la multitud, justo cuando un avión norteamericano acababa de desembarcar a sus pasajeros. Los terroristas dijeron que las víctimas del incidente de Lod, la mayoría de las cuales eran peregrinos cristianos de Puerto Rico, eran culpables porque habían llegado a Israel con visados israelíes y por consiguiente habían reconocido tácitamente al Estado que era enemigo declarado habían pueblo palestino, y al haber ido a Israel, habían entrado de hecho en una zona de guerra. La organización dijo que los que habían sido alcanzados… simplemente por encontrarse allí… no eran menos culpables, o no habrían sido alcanzados.

Otros aspectos dificultan la comprensión absoluta del terrorismo. El pro- pio término es emotivo y tiene una connotación peyorativa. Parece que nadie está dispuesto a llamarse a sí mismo terrorista. Se autodenominan revolucionarios, liberadores, luchadores por la libertad. Incluso si llegáramos a una definición aceptable, el aplicar este término a un grupo determinado daría lugar a desmentidos y rectificaciones. No es casualidad que tanto el presidente Reagan como Gadafi se llamaran el uno al otro terrorista, al mismo tiempo que negaban que dicho término pudiera aplicarse a su caso. Otros grupos como el Ejército Republicano Irlandés (IRA), Euskadi ta Askatasuna (ETA), las Brigadas Rojas (en Italia), etcétera, se han presentado a sí mismos como luchadores por la libertad que intentan enmendar las injusticias, evitando de esta forma la connotación negativa del término terrorista.

No se puede decir que un acto sea terrorista sólo por sus manifestaciones físicas. Ha existido una tendencia a considerar los bombardeos, secuestros de aviones y de personas y la toma de rehenes como actos terroristas sólo porque “eso es lo que hacen los terroristas…” Pero este argumento ignora que los ladrones de Bancos y extorsionistas, entre otros, también cometen este tipo de acciones. Las manifestaciones tangibles no son el único indicador de lo que constituye o no un acto terrorista. A menudo radica más en el “por qué” y no en el acto en sí. Dicho todo esto, lo mejor sería describir las características del terrorismo sin pretender definirlo. El objetivo es conseguir una comprensión del fenómeno a la vez que se concede a los políticos la flexibilidad necesaria para elaborar una res- puesta que no esté limitada por una definición rígida. Asimismo, no hay que olvidar que tanto el jefe de Estado en la capital de una nación como el jefe de la Policía pueden verse en la necesidad de responder ante un mismo incidente. Las preocupaciones tácticas y estratégicas, así como las diplomáticas, puede ser muy diferentes. Antes de actuar es imprescindible valorar todos los intereses. Un incidente relacionado con ETA en España, cerca de la frontera francesa, puede convertirse en un suceso internacional que va más lejos de las preocupaciones inmediatas de los agentes de la ley y de los funcionarios de Policía. Sin esta valoración es posible que las buenas intenciones de las autoridades agraven la situación en vez de resolverla.

El terrorismo debe considerarse como una actividad intencionada. Se trata de una elección política consciente de un grupo de personas contra otro. Aunque los medios de comunicación puedan definir el terrorismo como “insensato” o “sin sentido”, este no es el caso. Puede ser “una acción al azar” o “una sorpresa”, pero siempre intencionada.

La actividad terrorista tiene como objetivo crear un clima de terror intenso y absoluto. El terror no es accidental, sino que. es la base misma del terrorismo. Si examináramos delitos de violación o robo, el objetivo no es la utilización de la violencia como instrumento de terror. El objetivo básico de estos actos es sacar un provecho económico o demostrar la fuerza, mientras que el terror es incidental. En el caso del terrorismo, el terror es el principal propósito del acto. El miedo lo impregna todo y es constante, exactamente igual que el que experimentan los pasajeros que vuelan en avión, los residentes en Belfast (Irlanda) o los diplomáticos turcos e israelíes destinados en el extranjero, por no mencionar al personal de las empresas privadas que operan fuera de su país. El miedo de muchos ciudadanos norteamericanos a viajar al extranjero durante el verano de 1986 es un ejemplo más de esta alarma. Por muy desproporcionado que fuera este miedo, no por ello dejaba de ser real. En ocasiones las percepciones se convierten en realidad. Los norteamericanos habían presenciado por televisión los atentados terroristas de diciembre de 1985, fecha de los dos ataques simultáneos que se perpetraron en los aeropuertos de Roma y de Viena. También se llevaron a cabo otros actos terroristas y el ataque aéreo sobre Libia. Los norteamericanos se contentaban con quedarse en su casa o con viajar a otros países. Europa no era precisamente el lugar idóneo.

Esta actividad intencionada, cuyo objeto es provocar el terror, pretende resolver algún tipo de lucha política y que el terrorista se haga con los poderes del Estado o de la autoridad. Estas actividades no son descritas (por los terroristas) como robos o asesinatos, sino como ejecuciones o apropiaciones de fondos para el movimiento. Utilizan términos legitimadores, como haría un Gobierno. El creer en la justificación del fin a menudo permite utilizar los medios más brutales, y en muy raras ocasiones deja lugar para las víctimas inocentes. Los grupos terroristas nacionalistas o de raíces culturales tienden a centrarse en blancos más concretos. Tanto el IRA como ETA han expresado en algunas ocasiones su pesar cuando sus bombas han alcanzado víctimas que no entraban en sus planes.

Como señala Laqueur, los intentos de establecer una única definición para el terrorismo serían “vagos o muy engañosos. No hay nada que pueda considerarse terrorismo puro y sin adulterar, específico y constante, como un elemento químico, sino que existen muchos terrorismos”.

Aunque pueda parecer que el terrorismo es una actividad nueva, existe desde hace siglos. Puede ser puesto en práctica por grupos y Gobiernos (a nivel nacional e internacional). El que parezca un fenómeno “moderno” se debe más a los instrumentos empleados que al acto en sí. La atención que recibe en los medios de comunicación también hace que seamos más conscientes del terrorismo de esta época moderna, pero el fenómeno ha estado con nosotros durante generaciones.

 

Por qué debemos responder

El terrorismo es una afrenta a la sociedad y una amenaza para los fundamentos sobre los que ésta se basa. A menudo los objetivos de los atenta- dos terroristas son las instituciones y las personas que ostentan el poder dentro de una sociedad. La fuerza de una sociedad y de su Gobierno de- pende en parte de la capacidad de los instrumentos del poder para brindar seguridad a sus ciudadanos. En los Estados democráticos existe una necesidad de apoyo público, o como mínimo de aceptación de las actividades emprendidas por un Gobierno para garantizar el bienestar público. Basándonos simplemente en cifras, podríamos sentirnos tentados a afirmar que el terrorismo no representa una amenaza importante para Estados Unidos. Desde finales de los sesenta se han contabilizado no menos de quinientos americanos muertos como consecuencia de atentados terroristas. Si no se cuenta la pérdida de 241 marines y otros oficiales en Beirut en octubre de 1983, la cifra se reduce casi a la mitad. Cada fin de semana largo, en tan sólo unos pocos días mueren en las autopistas más norteamericanos de los que han muerto como resultado de actividades terroristas en los casi veinte años que se llevan elaborando estadísticas relativas a terrorismo. Las estadísticas del FBI muestran que en los últimos años el terrorismo en suelo norteamericano ha sido mínimo. Comparado con naciones europeas como España e Italia, Estados Unidos ha tenido bastante suerte en cuanto al terrorismo interno.

Sin embargo, es importante señalar que es necesario centrarse en la naturaleza del objetivo más que en las cifras. La que está amenazada es la soberanía de la nación, su derecho a mantener Embajadas en el extranjero, el derecho de los representantes de su Gobierno a llevar a cabo en un clima de seguridad los deberes que les han sido asignados y el derecho de las democracias libres a defender la seguridad de los ciudadanos. Los terroristas buscan un objetivo muy concreto. Se centran en blancos que representan aquello que el Gobierno o las instituciones democráticas supuestamente defienden. Embajadores, educadores, personal militar, hombres de negocios y representantes de los medios de comunicación han sido objetivos del terrorismo a lo largo de los años.

No es una coincidencia que las sociedades occidentales hayan soportado la carga de los atentados terroristas. Son las naciones más abiertas, y por ello los terroristas cuentan con cierta libertad de movimiento y con la garantía de la atención de los medios de comunicación a cualquier acontecimiento significativo.

Para crear y mantener el clima de terror descrito anteriormente, la naturaleza y las consecuencias del acto terrorista deben ser ampliamente difundidas. Además, las democracias industrializadas de Occidente han conseguido importantes avances tecnológicos que, a la vez que suponían una mejora para la sociedad, también las hacían mucho más vulnerables. Por ejemplo, los bancos de datos centralizados son un objetivo predilecto de los grupos terroristas. La pérdida de datos por parte de una gran entidad bancaria o de una empresa multinacional podría tener consecuencias mucho más graves que la pérdida material. Al final de la década de los setenta se produjo un apagón en Nueva York que puso de manifiesto la debilidad de nuestra sociedad. El daño desproporcionadamente alto causado por el saqueo incontrolado y los incendios provocados, la escasez de recursos y la pérdida de confianza pública constituyen una prueba palpable de ello. Aquel día, un rayo inutilizó completamente la red de la compañía Edison, inmovilizando a cerca de diez millones de personas. El Metro y los ascensores se pararon. Los aeropuertos y las redes de televisión se vieron obligados a cerrar. Miles de saqueadores salieron a la calle, se efectuaron 3.300 detenciones y cerca de cien policías resultaron heridos. Se calcula que el coste de los daños se aproximó a los ciento cincuenta millones de dólares. Si el apagón hubiera durado cuatro o cinco días, es fácil imaginar que Nueva York habría quedado prácticamente paralizada por los numerosos incidentes de saqueo, incendios provocados y pánico. Es necesario analizar cuál podría ser el alcance de la respuesta coordinada de autoridades federales, estatales y locales frente a un acto terrorista de esta naturaleza. La emoción del momento puede conducir a acciones bienintencionadas, pero también a declaraciones contradictorias por parte de representantes en los diferentes niveles del Gobierno. La presión de los medios de comunicación para conseguir información y entrevistas sería enorme.

Los representantes del Gobierno deben tener en cuenta las ramificaciones del terrorismo, ya que actualmente la escena internacional, por su naturaleza, se presta a la violencia. En un mundo que se enfrenta con la posibilidad real de un conflicto nuclear con sus consecuencias devastadoras son deseables formas de guerra menores, “más seguras”. Estas formas indirectas de conflicto por parte de potencias diferentes adoptan una apariencia atractiva y representan una alternativa menos drástica. Lo que al final de la década de los cincuenta y principios de los sesenta constituía una amenaza creíble de represalia masiva para cualquier agresión, por muy leve que fuera, ha perdido credibilidad en general. Estados Unidos ha demostrado ser muy tolerante con la violencia dirigida contra sus intereses. Hasta mediados de la década de los ochenta los terroristas tenían literalmente la garantía de que no se tomarían represalias contra actividades como el secuestro de personas, asesinatos en la calle de representantes del Gobierno, toma de Embajadas norteamericanas y matanza de sus ocupantes. Sin embargo, la paciencia del pueblo norteamericano se está empezando a agotar, como se puso de manifiesto con el ataque a Libia. La aparente disminución del terrorismo de signo libio contra intereses norteamericanos desde abril de 1986 contradice a los muchos que predijeron que aumentarían los ataques en represalia contra Estados Unidos. El intento de intercambio de armas por rehenes entre Estados Unidos e Irán, descubierto en 1986, y que ha ido desvelándose a lo largo de la mayor parte de 1987, demostró que una nación poderosa no siempre recurrirá a la fuerza para negociar con terroristas.

Un motivo adicional de preocupación en lo que respecta al terrorismo es que en la actualidad existen en el mundo muchos pueblos que sufren privaciones. Algunos, como la OLP, han intentado enfrentarse a sus problemas con medios pacíficos y violentos. Grupos y causas similares se han cansado de esperar a que sus necesidades fueran satisfechas y han intentado actuar por su cuenta. Pueblos como éstos, y los que están dispuestos a prestar ayuda a su causa (o a explotarla) recurrirán al terrorismo si consideran que así pueden satisfacer sus necesidades.

 

Cómo debería responder una nación

Una vez que se ha establecido la necesidad legítima de enfrentarse de algún modo al desafío terrorista, ¿qué debe hacer una nación democrática? ¿Debe una nación ir hasta el origen si hay un Gobierno detrás? ¿Se deben atacar los campos de adiestramiento de terroristas? ¿Se debe perseguir a los terroristas mediante operaciones encubiertas y atacarles, independientemente del lugar donde se encuentren? Preguntas como éstas revisten un interés enorme para los políticos y podrían servir para determinar los métodos de respuesta (diplomática, económica o militar) que deben emplearse.

¿Cuánta preparación es necesaria a nivel regional y municipal? ¿Hasta qué punto se puede contar con las fuerzas federales para responder de forma inmediata? ¿Cuáles son los posibles objetivos y cuál es la probabilidad de que sean alcanzados? ¿Deben la ciudad y la región destinar fondos para hacer frente a una eventual amenaza? ¿Se ha apoderado el terror de las mentes de las autoridades locales y por lo tanto existe “la necesidad de hacer algo”?

Existe un consenso generalizado sobre el derecho de una nación a defenderse cuando se ve amenazada por un agresor. Asimismo se podía decir que una nación tiene la obligación moral de hacerlo y de no permitir que sus ciudadanos sufran innecesariamente. El político es consciente de que las alternativas que se le ofrecen no serán siempre claras y fáciles de distinguir. Puede que lo que sea legal no sea siempre moral y viceversa. Además, lo que se considera a la vez moral y legal puede que no sea políticamente viable. Es necesario hacer una valoración de los tres factores para decidir qué política se debe seguir. Sin embargo, no se debe dar ninguna respuesta que no esté basada en una fuerte justificación moral. En una democracia, la opinión pública no considerará legítimas las actividades inmorales que están a la misma altura que las de los terroristas. El exigir una defensa justificable para la protección de valores democráticos, empleando al mismo tiempo tácticas similares a las de los terroristas, erosiona la confianza pública. Aunque puede haber una descarga emocional inmediata, independientemente de la respuesta, un análisis minucioso a largo plazo sólo tolerará acciones que carezcan de base moral.

Aunque a nivel nacional pueda advertirse una fuerte tendencia a emplear la fuerza como primera y única respuesta frente a un incidente terrorista, deberá procurarse no actuar de forma precipitada. Debería tenerse en cuenta y emplearse inicialmente una acción diplomática, individual o concertada con países aliados, contra un grupo terrorista y quienes lo apoyen, que podría supuestamente tener éxito. Las sanciones políticas y económicas constituyen alternativas que deben ser consideradas antes de emplear la fuerza militar. En caso de que éstas sean insuficientes o no sean viables, podría emplearse una opción más fuerte. El propósito de emplear la fuerza como último recurso contribuye a garantizar que el apoyo popular persiste cuando la euforia inicial desaparece.

Para complicar aún más el proceso de decisión surgen preocupaciones referentes al éxito, la adecuación de la respuesta y la elección del objetivo. Las acciones emprendidas más como reflejo que como resultado de un cálculo minucioso pueden tener consecuencias a largo plazo que ejercerán un efecto negativo en la nación y en sus habitantes. Cualquier acción del Gobierno podría ocasionar una escalada en los atentados terroristas. Puede que otros grupos actúen por simpatía hacia los terroristas “heridos” y ataquen intereses nacionales o de los aliados. Por lo tanto, cuando los políticos piensan en términos de éxito en la lucha antiterroris- ta, los procesos de decisión deben tener una perspectiva a largo plazo y los políticos han de estar dispuestos a soportar posibles consecuencias y ramificaciones a corto plazo.

Esfuerzos recientes por parte de España han llevado a que, en enero de 1988, los partidos políticos, a excepción del más ligado a ETA, llegaran a un acuerdo que reconoce los peligros que las actividades del grupo terrorista suponen para la sociedad. Los partidos se comprometieron a utilizar medios legales y políticos para contribuir a la resolución de las dificultades con las que se enfrenta la nación como consecuencia del terrorismo. Aunque puede que algunas personas afirmen que este intento no es suficientemente agresivo, no cabe duda de que, al menos, demuestra que dentro de una democracia es necesario emplear inicialmente todas las medidas que excluyan la fuerza. El apoyo popular hacia el Gobierno es una de las armas más potentes contra el terrorismo nacional. Las tácticas violentas, incluyendo la utilización de grupos de venganza tolerados por el Gobierno, pueden tener un atractivo inicial ya que “cumplen con el cometido”. Sin embargo, a largo plazo, estas tácticas erosionan los fundamentos de una sociedad democrática y pueden lograr lo que los terroristas no pudieron conseguir.

Tras haber sufrido una serie de atentados terroristas durante varios años, cabe la posibilidad de que una nación responda ante una acción concreta y de que su respuesta exprese los sentimientos y la fuerza acumulados durante años en los que se hizo muy poco o nada. En este caso puede que la respuesta no sea proporcionada al acto perpetrado. Una gran nación como Estados Unidos debe demostrar el control que se exige a una superpotencia. Aunque puede que algunos aplaudan las acciones violentas llevadas a cabo por una pequeña nación en guerra como es Israel, la posición de Estados Unidos en el escenario internacional impide una solución de este tipo. Además, Estados Unidos tiene que establecer una clara diferencia entre el terrorista y aquellos entre los que éste busca refugio. Se deben tomar todo tipo de precauciones para no herir a los inocentes o, en el peor de los casos, intentar que el número de víctimas sea el mínimo. En algún momento es posible que el presidente o el secretario de Estado tengan que, dirigirse a una opinión pública inquieta o a un Congreso escéptico para justificar una respuesta a un acto terrorista. No todos estarán de acuerdo con los argumentos presentados en términos de éxito, justificación o alcance. Cualquier razonamiento que se base en consideraciones morales plausibles, complementadas con un plan de acción creíble, será como mínimo tolerado, cuando no aplaudido. El ataque contra Libia en abril de 1986 es un buen ejemplo de un plan de acción que fue pensado, calculado y tuvo éxito. Antes de emprender una acción militar, el Gobierno de Estados Unidos intentó soluciones económicas y diplomáticas. Los ciudadanos y las empresas norteamericanas en Libia fueron advertidos del peligro que suponía permanecer en ese país. Los aliados de Estados Unidos fueron consultados en numerosas ocasiones sobre las posibles acciones contra Libia. El Gobierno de Estados Unidos pidió consejo a los aliados, aunque luego resultara que la mayoría de las naciones se manifestaron contra el recurso a las acciones militares y expresaron abiertamente su inquietud por el bombardeo. Cuando Estados Unidos se decidió a actuar, apoyado por Gran Bretaña, el ataque en sí tuvo un alcance muy limi- tado y se centró únicamente sobre objetivos militares. Dentro de Estados Unidos, la acción fue ampliamente aceptada y el apoyo popular hacia el presidente Ronald Reagan aumentó considerablemente.

Por el contrario, el intento de intercambio de armas por rehenes con Irán, que salió a la luz a finales de 1986 y que se fue desvelando a lo largo de la mayor parte de 1987, no fue aceptado ni apoyado por la opinión pública. El pueblo norteamericano consideró que la combinación de actividad encubierta y transferencia de armas a una nación enemiga iba contra los intereses de una democracia. En un intento por liberar a los rehenes norteamericanos (un objetivo digno), los métodos utilizados hicieron quE el pueblo repudiara la acción, con lo que el Gobierno sufrió un serio revés político.

Un primer paso en la elaboración de una política de respuesta consiste en tener una visión clara de lo que es (y lo que no es) el terrorismo. Tras ello, una nación democrática y los Estados que la componen pueden determinar el alcance de la amenaza. Los rasgos específicos de cualquier acción deben construirse sobre eso, partiendo de los elementos legales, políticos y morales, que los políticos deben tener en cuenta. Cuando los dirigentes políticos se presentan ante el pueblo y justifican acciones contra el terrorismo, todos valorarán con diferente grado de complejidad estos tres pilares. Aunque no hay un consenso total sobre cada aspecto de la acción, es necesario que se acepte que las pruebas eran verosímiles y que la respuesta tenía fundamentos morales. Estos últimos deberían ser capaces de soportar los rigores de un debate. De no ser así, los terroristas habrán alcanzado la victoria que buscaban.