El marco conceptual de los partidos islamistas parte de consideraciones morales y éticas en las que la economía forma parte de un orden islámico mayor.
Parecen ir en la línea del pensamiento internacional dominante, no proponen un cambio económico y son sumamente pragmáticos.
No está claro cómo van a aumentar el gasto público y reducir la pobreza sin disparar el déficit y la deuda. Parece que no tienen una visión económica de futuro realista.
Ha pasado ya un año y medio desde el inicio de la Primavera Árabe y unos meses de las victorias islamistas en las elecciones en Túnez, Marruecos y Egipto, en un contexto en que la confianza interior y exterior en la economía ha caído en picado. La región está atravesando un momento coyuntural difícil, caracterizado por la recesión económica neta en 2011 y 2012 provocada globalmente por un freno de la actividad productiva, de las exportaciones y de las inversiones extranjeras, y un descenso del turismo y de las reservas de divisas. Las políticas económicas y reformas que lleven a cabo los nuevos gobiernos serán esenciales para evitar el estancamiento económico y no frustrar a la población de las jóvenes democracias árabes. Es decir, tendrán que ofrecer soluciones tangibles a las tensiones que llevaron a la gente a salir a la calle: falta de puestos de trabajo, polarización de la distribución de la riqueza, corrupción y un crecimiento económico poco inclusivo. Los partidos islamistas vencedores en las elecciones son conscientes de que es en el terreno económico donde tendrán que buscar su legitimación, por lo que han desplegado campañas con un programa económico ambicioso. Lo que muchos se preguntan ahora es si están preparados para llevar a cabo estas reformas, si tienen una estrategia clara y si conseguirán cumplir sus promesas en un periodo aceptable para…