Empieza el invierno, los árboles van perdiendo sus hojas y la presidencia de Joe Biden sus ilusiones. El horizonte se presenta desolador tanto en el orden internacional como en el nacional. Sobre el fondo de los graves trastornos que está provocando el desastre climático, Estados Unidos se encara en Europa con la creciente amenaza política y militar de Rusia, y en el Oriente con la de China. Y en su propio interior, con el grave deterioro de su sistema político.
Los halcones de ambos partidos denuncian la contemporización con la que el presidente trata la amenaza de una invasión rusa de Ucrania. Querrían que Washington interviniera primero con una decisiva ayuda militar; y luego están convencidos de que si EEUU amenazara con intervenir militarmente, Vladímir Putin se achantaría, como ha sucedido en otras ocasiones. Los republicanos, sin embargo, no objetan con tanto ruido como lo hubieran hecho en otros tiempos, porque todos recuerdan la vergonzosa colusión de Donald Trump con Putin y el escándalo de su trato a Ucrania.
Después de Vietnam, el desastre de Irak y el fracaso de Afganistán, todos los sondeos de opinión indican que la sociedad no apoyaría de ninguna manera una nueva intervención militar en el extranjero que, además, podría degenerar en un conflicto internacional de primer orden. Lo mismo pasa en Rusia: una invasión de Ucrania tropezaría con fuerzas mucho mejor preparadas que en 2014 y un conflicto prolongado con crecientes víctimas provocaría una reacción que afectaría al gobierno de Putin y sus cleptócratas.
«Después de Vietnam, Irak y Afganistán, la opinión pública americana no apoyaría una nueva intervención militar en el extranjero»
Por otro lado, incluso si una intervención militar americana pudiese abortar las amenazas rusas, no resolvería de ninguna manera la ambición del Kremlin de restaurar la unidad de Rusia…