Esta visita, la primera en la historia de un Jefe de Estado soviético a España, supone el pago de una vieja deuda ante nuestros grandes pueblos, que durante un cierto tiempo fueron injustamente separados”.
Estas palabras, las primeras de Gorbachov en España, pronunciadas con la bandera roja ondeando en el balcón del Palacio del Pardo, señalan con singular elocuencia el rápido acercamiento hispanosoviético desde que, en 1958, los Embajadores en París de ambos Gobiernos, Alexandrovitch y el Conde de Casa Rojas, iniciaran las primeras conversaciones exploratorias.
Independientemente del precedente que fija la visita de Gorbachov a Madrid para las relaciones hispanosoviéticas, su gran importancia deriva del momento político en que acontece.
A seis años de su inicio, la perestroika atraviesa por sus instantes más trascendentales. No exageraba Gorbachov al decir: “Hoy nos enfrentamos a las decisiones más importantes de la historia de nuestra nación, no sólo a los años decisivos de la perestroika”. La visita de Gorbachov se sitúa a caballo entre dos fechas que futuros escolares soviéticos estarán obligados a aprender: el 20 de octubre, día en que el Parlamento aprueba el acuerdo económico que conducirá a la URSS en dos años a una economía de mercado, y el 23 de noviembre, momento en el que el mismo Parlamento inicia el debate del futuro Tratado de la Unión, destinado a sustituir al que desde 1922 ha servido de base al Estado soviético.
Pero no sólo es este el momento más decisivo en la trayectoria de la perestroika, sino también el más espinoso (los avatares de la fijación de esta visita, concertada en marzo del 89, aplazada en sucesivas ocasiones y cerrada por Sheverdnaze y Ordóñez en un encuentro en Nueva York este octubre pasado son buena muestra de ello). “Estoy entre ustedes –afirmó Gorbachov– en los días más tensos…