Por primera vez en la historia, las sobrecogedoras imágenes que muestran el sufrimiento del pueblo kurdo han conmovido a la comunidad internacional. Por primera vez en la historia, las Naciones Unidas se han pronunciado sobre las graves consecuencias humanas del reparto colonial de Oriente Medio, reparto que ha olvidado, por la primacía de intereses económicos y estratégicos, los derechos nacionales del Kurdistán, “el país de los kurdos”. Por primera vez en la historia, el Papa se ha referido de forma explícita a estos derechos nacionales, reclamados durante siglos por los diferentes movimientos de liberación del Kurdistán.
Sin embargo, estas declaraciones llegan tarde para centenares de miles de kurdos iraquíes que se agolpan en las fronteras de su país intentando escapar a la enésima matanza a la que están siendo sometidos, y se limitan generalmente a una parte muy reducida de la población y la problemática del Kurdistán. Eluden plantear que el éxodo actual que se está produciendo en el Kurdistán sur o iraquí no es un hecho aislado, ni espacial ni temporalmente, de la represión sistemática que han sufrido y sufren los 25 millones de kurdos que viven bajo el dominio de Turquía, Siria, Irak e Irán. Las declaraciones formales y la ayuda humanitaria ofrecidas por las potencias mundiales no suponen un cambio cualitativo en su postura histórica ante las demandas kurdas.
Incluso la propuesta más atrevida –la formación de un enclave protegido por la ONU en el Kurdistán sur–, realizada por el primer ministro británico, John Major, no puede interpretarse más que como una operación de imagen dirigida a la opinión pública de Gran Bretaña y de los países industrializados donde, por otra parte, sí se ha podido detectar un cambio sustancial en las conciencias de sus poblaciones. De prosperar, lo cual es dudoso, este enclave rápidamente olvidado podría…