Los acontecimientos de Rumanía, las elecciones en Bulgaria y, de igual modo, la unificación de Alemania pueden hacernos pensar que Stalin era especialmente perspicaz. Churchill nana en sus memorias su encuentro con Stalin el 9 de octubre de 1944. El primer ministro británico pretendía acordar con el “padre de los pueblos” la silueta política de la futura Europa tras la victoria sobre el Tercer Reich, y del mismo modo, aunque no tan abiertamente, definir las zonas de influencia de los dos grandes vencedores europeos, la URSS y Gran Bretaña. Churchill quería alejar, a cualquier precio, a la Unión Soviética del Mediterráneo oriental y Stalin, por su parte, deseaba avanzar hacia el Oeste. El dirigente británico propuso el siguiente ajuste: un 90 por 100 de Rumania y un 75 por 100 de Bulgaria se situarían bajo la influencia soviética, pero a cambio de ello Gran Bretaña ejercería su predominio sobre el 90 por 100 del territorio griego. Ocho años más tarde, Stalin se mostró dispuesto a aceptar la reunificación de Alemania a condición de que ésta fuera neutralizada militarmente. Aunque Gorbachov se ha declarado partidario de Lenin, ¿suscribirá también las concepciones geopolíticas de Stalin? Resulta curiosa esa continuidad en la política exterior soviética que, treinta o cuarenta años después de haber sido elaborada, conduce al mismo reparto de Europa central y oriental. Porque, efectivamente, se trata de un auténtico reparto de influencias. A la nueva Alemania unificada le corresponde la rehabilitación económica de los antiguos satélites del norte: Checoslovaquia, Hungría y Polonia. La Unión Soviética, por su parte, al verse obligada a respetar la concepción churchiliana del predominio político en Europa central, tendrá que situar a Rumanía y a Bulgaria en una órbita algo más alejada de Moscú.
Guiada por el sentimiento religioso –que en otros tiempos también representó un gran…