Hace apenas nueve años, antes de la gran recesión, la Unión Europea podía presentarse como un empeño admirable y exitoso de cooperación e integración entre naciones para superar los conflictos del pasado y alcanzar prosperidad económica acompañada de protección social. Hoy el panorama es menos halagüeño. En efecto, la Unión no fue capaz de hacer frente de modo eficaz a la crisis económica (su desempeño contrasta con el de Estados Unidos) y las políticas llevadas a cabo para preservar el euro supusieron un elevado coste económico y social para las poblaciones de buen número de Estados miembros. La UE tampoco supo dar en un principio una respuesta coordinada a retos como la llegada de refugiados e inmigrantes, ni fue suficientemente coherente ni relevante a la hora de buscar una solución a los conflictos de Siria y Libia. La reacción ante los atentados en suelo europeo transmitió cierta sensación de descoordinación e impotencia. La guinda de esta acumulación de crisis es el proceso de salida de Reino Unido de la UE, síntoma y a la vez causa del debilitamiento del proyecto europeo.
A la vista de lo anterior se impone una reflexión sobre la actual situación y las posibilidades de reconducirla, así como sobre la manera en que España puede contribuir a ello. Esta reflexión debe empezar por un diagnóstico de las debilidades de la Unión.
Debilidades
La primera debilidad es que hoy la Unión parece una promesa incumplida. Se ha pasado de considerarla como solución a todos los problemas, a presentarla como origen de casi todos los males. Y si las expectativas han sido quizá excesivas, los resultados también han sido insuficientes: con el diseño imperfecto del euro se han creado las condiciones –no únicas pero sí determinantes– para agravar en varios Estados miembros las consecuencias de la crisis…