La elección de Gabriel Boric como presidente de Chile se produjo tras 16 años de alternancia entre dos liderazgos –los de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera– cuya acción de gobierno terminó vaciando de legitimidad a las dos coaliciones que dominaron la transición chilena: la Concertación (centroizquierda) y la Alianza por Chile (centroderecha). Ambas se quedaron, por primera vez desde la restauración democrática, sin opción propia en la segunda vuelta presidencial del 19 de diciembre de 2020. Paradójicamente, la elección que dejó desahuciados a los dos actores de la transición terminó jugándose en la oposición entre “pinochetismo” y “comunismo”, reviviendo en la puja electoral el viejo clivaje del plebiscito del “sí” y el “no”. La adhesión a Boric puede entenderse como una mezcla de rechazo al pasado pinochetista encarnado por José Antonio Kast, pero también como una apuesta a futuro. Desde esa perspectiva, es también en buena medida el voto del “Apruebo” a la Convención Constitucional.
Apruebo Dignidad, la coalición entre el Frente Amplio, el Partido Comunista y otros socios menores que llevó a Boric a la presidencia, posee hoy tres ventajas sobre las destartaladas fuerzas políticas tradicionales. Primero, sintoniza muy bien con el clima de la época: con un Chile feminista, verde, joven y más justo. Segundo –y no sin contratiempos importantes en los últimos años en su relación con el movimiento social y con grupos de izquierda más extremos–, el Frente Amplio logró erigir a Boric como intérprete legítimo de la demanda de transformaciones sociales, a la vez profundas y graduales. Tercero, Apruebo Dignidad tiene hoy un enorme capital de liderazgos jóvenes, pero ya fogueados, bien preparados, capaces de consolidar el proceso de cambio en próximas elecciones: Camila Vallejo, Izkia Siches, Karol Cariola, Giorgio Jackson y una serie de figuras recién elegidas en las municipales y para la Convención…