Transformar en influencia política y apertura los enormes recursos que la UE dedica al Mediterránteo y Oriente Próximo es el reto de los diversos marcos de relaciones institucionales existentes desde el Magreb al golfo Pérsico. ¿Cómo se desarrolla la PEV en la región?
La presidencia española de la Unión Europea se enfrenta a grandes desafíos en su relación con los vecinos del Sur. Se trata de un panorama en el que se mezclan transiciones políticas y económicas inacabadas -en ciertos casos ni siquiera comenzadas- con conflictos regionales de extrema dificultad (árabe-israelí, Irak, Irán, Sahara occidental) y con la frustración de una población que ve cómo sus diferencias de niveles de vida respecto a Europa no disminuyen, que no encuentra respuestas en sus propios países -en buena medida con regímenes escasamente democráticos- y cuya opción es la emigración o la simpatía por movimientos de carácter islamista. En este marco también hay procesos en marcha, trabajo conjunto, a veces con una perspectiva de décadas, institucionalización de las relaciones, vías apenas exploradas; en pocas palabras, perspectivas de futuro.
Las tareas que debe realizar la Unión Europea en 2010 están determinadas por la crisis económica mundial y los cambios en curso en el orden internacional (transición del G-8 al G-20, preocupación por la posibilidad de un G-2), que han generado una conciencia, expresada a veces de manera contradictoria, de la necesidad de una acción europea unida en casos como la respuesta coordinada a la crisis o a los desafíos del cambio climático. El Tratado de Lisboa ya en marcha abre nuevas posibilidades para la acción exterior de la UE, que hay que abordar como una oportunidad histórica y no con la sospecha de que puede disminuir la autonomía de las políticas exteriores nacionales, por cierto cada vez más irrelevantes, sospecha a menudo muy visible…