Para Europa no cabe pensar en escenarios de producción de hidrocarburos no convencionales en el corto plazo similares a los de EE UU y es dudoso que existan ventajas comparativas suficientes. La apuesta más segura es el impulso de la eficiencia y las tecnologías renovables.
En poco más de cinco años la explotación de hidrocarburos no convencionales en América del Norte se ha convertido en uno de los factores más relevantes en la prospectiva energética global. Así lo confirmó la Agencia Internacional de la Energía (AIE) que, en su World Energy Outlook 2012, apuntaba la incidencia geopolítica de un Estados Unidos “autosuficiente” o, incluso, exportador neto de gas.
Antes de que esto ocurra, su rápido crecimiento en el mercado americano ha tenido consecuencias más allá de sus fronteras. Incidencia económica, pero también un gran impacto geopolítico y comercial. La gestión exterior de la administración de Barack Obama en este ámbito se ha caracterizado hasta el momento por una razonable prudencia, no exenta de reiteradas advertencias sobre el impacto que una menor dependencia de las importaciones de gas y petróleo tendrían en su presupuesto de defensa y seguridad. Nadie olvida, sin embargo, la dura oposición del gobierno canadiense de Stephen Harper al Protocolo de Kioto –cuyo abandono finalmente anunció en diciembre de 2011–, coincidiendo con el auge en la explotación de las arenas bituminosas, ni la trifulca comercial que se organizó entre Canadá y la Unión Europea inmediatamente después, cuando la comisaria europea de Acción por el Clima, Connie Hedegaard, propuso medidas especiales –desde la prohibición hasta la tasación– para dificultar su importación en Europa por sus efectos ambientales y las repercusiones de su empleo en las emisiones de gases de efecto invernadero.
Visto el ejemplo de Canadá, parece obvio el impacto que la explotación a gran escala de este tipo…