Duplicación de estrategias, proyectos, misiones. El impacto de la ayuda al desarrollo de la UE presenta las mismas contradicciones que su acción exterior común. El mayor donante mundial necesita más coordinación y un perfil coherente con el que proyectarse en el mundo.
El 7 de junio, día de las elecciones al Parlamento Europeo, El País publicaba una entrevista con Javier Solana, Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior. Entre otras cosas, Solana apuntaba que el ideal europeo de crear un espacio de paz y concertación ya no es un sueño sino una necesidad, que hay demanda de más Europa –tanto fuera como dentro de la UE– y que es necesario tener una Europa mucho más coordinada para afrontar los grandes retos globales, incluyendo la actual crisis financiera y económica.
Apenas una semana más tarde, el mismo diario publicaba un artículo de Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller alemán, en el que reflejaba un cambio de actitud en Alemania respecto a Europa: “Casi todos los partidos democráticos del país aún consideran que la de Alemania con Europa es una relación funcional pero, si bien Europa sigue siendo importante para afirmar los intereses nacionales, ya no es un proyecto para el futuro. La perspectiva alemana se está aproximando a la de Francia y Reino Unido: cada vez se ve más a la UE como marco y condición previa para afirmar los intereses nacionales, en lugar de como un fin en sí mismo”.
Pese a que ambos son defensores de que la UE tenga una voz más fuerte en el mundo, la diferencia entre lo que Solana demanda y Fischer describe tiene unas consecuencias enormes a nivel práctico, ya que ahonda una de las debilidades de la Unión: su naturaleza híbrida en las relaciones con el exterior, intentando…