Miguel Ángel Moratinos llevaba seis años y medio al frente de la diplomacia española.
En su mandato han brillado sus defectos y sus cualidades. Por ejemplo, su obsesiva fijación en Oriente Próximo, mientras los grandes europeos, Alemania, Francia, Reino Unido pasaban a segundo plano. Y sus cualidades: de honradez, de descomunal capacidad de trabajo, el orden impuesto a ese trabajo y el convencimiento de servir a los intereses del Estado.
Sus rivales le acusaban de parcialidad, pero no existe ministro de Estado ni de Asuntos Exteriores que en los últimos 200 años no haya sido tachado de parcial por aquellos que no han recibido –casi siempre con razón del ministro– buenas embajadas. Creemos, con todo, que el balance de seriedad y modernidad dejado por Moratinos transmite una idea de país competente, dotado de una buena administración.
Uno de los empeños de Moratinos, y del presidente del gobierno, fue la llamada Alianza de Civilizaciones, un deseo que solo se ha transformado –menos que a medias– en realidad. Decenas de Estados se han adherido, pero eso no significa que haya sido algo más que un proyecto. Sí, es cierto que los dos países fundadores, España y Turquía, dos sociedades maduras que superaron sus dictaduras, han sabido defender una plataforma que restara tensión –fronteriza e ideológica– a dos mundos distantes, el cristiano y el islámico.
El antiguo Imperio Otomano se ha convertido, en 2010, en una de las democracias de la franja este de Europa. Un partido creyente se ha mostrado capaz de separar creencia religiosa de praxis política. El AKP tiene dos grandes líderes, superior el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, al presidente, Abdalah Gül. Un líder es solo una parte en el éxito político. Pero sin el detonador que el líder es, no hay fusión en la carga. Erdogan ha mostrado…