El principal obstáculo –si no el único– para poner fin al conflicto entre Israel y Palestina ha sido, y sigue siendo, la determinación de las élites israelíes de no renunciar a su control sobre Gaza y Cisjordania.
No hay que olvidar que los líderes palestinos, empezando por Yasir Arafat y sus colegas, han cometido fallos garrafales a la hora de perseguir los objetivos nacionales de Palestina. Sin embargo, su desastrosa diplomacia no es excusa para señalar que, al final, no son sus errores sino la decisión de Israel de mantener el control de los territorios ocupados lo que ha impedido la creación de un Estado palestino al lado de Israel.
El terrorismo palestino dirigido contra civiles y la torpeza diplomática han proporcionado pretextos a los sucesivos gobiernos israelíes para culpar a los palestinos de su propia falta de voluntad a la hora de integrarse en un auténtico proceso de paz. Si los líderes israelíes creyeran de verdad que la solución de los dos Estados serviría a los intereses de Israel y usaran su enorme supremacía militar y diplomática con los palestinos para alcanzar esa meta, la creación del Estado palestino se habría producido hace tiempo.
Las recientes reuniones, con una frecuencia y calidez sin precedentes, entre el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, han fomentado la confianza en que quizá esta vez las cosas serán diferentes y que Israel aceptará algo que nunca consintió en el pasado: unos parámetros vinculantes para las dos partes y el reconocimiento de que las negociaciones estarán basadas en el retorno de Israel a las fronteras previas a 1967.
Quizá eso suceda en la conferencia de noviembre en Annapolis (Maryland). Pero tal expectativa va en contra no solo de la larga experiencia sino también…