La firma, en diciembre último, del acuerdo americano-soviético sobre cohetes nucleares de alcance medio se corresponde con la dinámica y con la lógica del desarrollo de las relaciones normales entre Washington y Moscú iniciadas en el octubre rojo de 1917. En efecto, a despecho de altibajos motivados por la presión de determinados círculos comerciales y políticos, bajo el impulso también de circunstancias coyunturales que más les aproximaban que les alejaban, americanos y soviéticos han atravesado, en el curso de los setenta años transcurridos, las etapas precisas para poder alcanzar compromisos positivos. Conviene además añadir que su recíproco sobrearmamento atómico, alcanzado en el presente decenio y que asegura su mutua destrucción en caso de conflicto grave, ha facilitado, paradójicamente, muchos de sus contactos, y ha justificado muchas de las concesiones que, de una y otra parte, se pre- sentaban todavía ayer como imposibles, sobre todo del lado soviético.
No debe sorprender que Europa haya estado ausente de una negociación en la que estaba interesada en primer término, ya que eso no es sino la consecuencia de un lento pero constante debilitamiento de su potencia real sobre el tablero internacional. La Europa de las patrias se suicidó literalmente a lo largo del siglo XX desgarrándose, entre otras ocasiones, con motivo de los dos terribles conflictos de 1914-1918 y 1939-1945. Ese suicidio colectivo, del que son manifiestamente corresponsales el conjunto de las naciones europeas, ha restado credibilidad a un continente que, a pesar de la existencia del Mercado Común, aún hoy es incapaz de hablar con una sola voz. En tanto no exista una sola Europa política y militar, su peso específico no representará nada desde el punto de vista internacional. Más aún, la profecía de “una Europa desde el Atlántico a los Urales”, lanzada a principio de los años ochenta por el…